Si se le pregunta a cualquier ciudadano español si se considera a sí mismo racista, lo más probable es que, sin ningún titubeo, conteste abiertamente que no. Sin embargo, en cuanto se le empiecen a lanzar determinados mensajes sobre la inmigración, no será extraño que esa misma persona empiece a soltar frases como «vienen a quitarnos el trabajo y la sanidad», «entre los refugiados que entran en España se cuelan muchos terroristas», «nos están invadiendo», «viven de las ayudas», «no hay recursos suficientes para nosotros, como para dar a los de fuera»...

Sin que apenas nos hayamos dado cuenta, el discurso xenófobo ha ido ganando peso en la sociedad española, que tradicionalmente se había vanagloriado de ser abierta, tolerante y acogedora. Al igual que en nuestro país, Europa y el resto del mundo se están polarizando entre posturas a favor y en contra del hecho migratorio, y las posiciones contrarias están ganando la batalla con cada vez más partidarios, mientras quienes mantienen posturas más favorables se desmovilizan.

Oxfam Intermón está constantemente lanzando campañas de movilización y sensibilización: fiscalidad justa, control del comercio de armas... Ante el auge de la xenofobia, en la organización decidieron centrar una de ellas en las personas migrantes y refugiadas en España. Y, de repente, cayeron en la cuenta de que, en este tipo de campañas, algo fallaba.

«Nos dimos cuenta de que era un tema mucho más emocional. Mientras que en otras campañas apelábamos mucho más a lo racional, contando qué estaba pasando para tratar de que la gente entendiera cuál era el problema que abordábamos y cómo se podía solucionar, en este caso no funcionaba así. Por mucho enfoque racional que le dieras a los asuntos relacionados con las migraciones, la gente seguía quedándose con una sola imagen de la migración, muy asociada a lo emocional», explica César Santamaría, investigador del departamento de Ciudadanía y Campañas de Oxfam Intermón, que estuvo la semana pasada en Zaragoza para compartir con otras oenegés las conclusiones de este estudio.

La investigación Percepciones sobre las personas migrantes y refugiadas en España tenía como objetivo cuantificar y dimensionar los distintos grupos representativos de la sociedad española respecto a sus actitudes sobre los extranjeros que llegan al país. Y le permitió a Oxfam constatar, entre otras muchas cosas, que el grupo más numeroso es el integrado por los denominados ambivalentes, que activan la parte de su cerebro más proclive al racismo o a posiciones contrarias en función del mensaje que se reciban. El riesgo es que estas personas acaben escorándose hacia posiciones xenófobas, por lo que en Oxfam Intermón consideran que es necesario que oenegés y medios de comunicación cambien el discurso utilizado hasta ahora para transformar el imaginario colectivo respecto a las migraciones.

Pero, ¿por qué está calando más el discurso antiinmigratorio? En el relato imperante sobre las migraciones hay muchos elementos creados intencionadamente que un amplio porcentaje de la población española ha ido interiorizado. Estos elementos se basan en «una serie de preocupaciones muy básicas, unos miedos atávicos que están muy metidos dentro de nosotros: a la seguridad, a la integridad física, a la competencia por los económicos, a que nos cambien nuestra identidad cultural…», explica César Santamaría. De ahí que el fenómeno migratorio se perciba de una manera tan emocional.

Este discurso resulta muy coherente para determinada parte de la población porque le da una explicación a esos miedos. «Aunque son irracionales y no tienen una base real, cobran sentido gracias a ese discurso antiinmigratorio, que convierte al inmigrante en el enemigo externo que explica por qué estamos mal económicamente, por qué se producen determinados delitos… Pone cara y ojos a la inmigración, de una manera totalmente falsa, pero la hace coherente a ojos de determinadas personas», añade Santamaría.

La utilización interesada de ese discurso del miedo ayuda a explicar el auge de la extrema derecha en Europa, Estados Unidos y otros países, como Brasil, donde el racista Jair Bolsonaro será presidente. «Los partidos de extrema derecha se han dado cuenta de que es muy fácil levantar estos miedos. Y además lo hacen de una manera bastante gratuita, ya que no necesitan pensar grandes discursos ni sólidos argumentos. La extrema derecha sabe que, aunque mucha gente no lo diga en público por correción política, sí que tiene esos sentimientos. Por eso sabe también que con activar ese tipo de discursos del miedo le basta para que la gente se ponga de su lado», asegura.

Otra de las victorias de la extrema derecha racista es que ahora se aceptan como normales argumentos que hasta hace poco se consideraban una barbaridad por la mayoría. «El fascismo ha conseguido desplazar el discurso público sobre las migraciones hacia la ultraderecha. Si se habla de elaborar un registro de los gitanos, eso nos recuerda bastante a los nazis y crea rechazo. Pero eso sitúa otras medidas, tales como levantar centros de internamiento para migrantes, como mucho más razonables. Su táctica es radicalizar mucho sus propuestas para que vayan calando otras no tan radicales pero que hace no mucho tiempo no habrían sido admitidas». Ya no se respeta lo que hasta hace nada era una línea roja: los Derechos Humanos.