-Desde el asesinato de Martin Luther King, no se veía en EEUU una oleada de protestas raciales como la desatada por el asesinato de George Floyd. ¿Qué ha sido distinto esta vez?

-Sin duda, la pandemia, que ha azotado de modo específico a la comunidad afroamericana por su vulnerabilidad social, y la política de la Administración Trump han contribuido a que la muerte de Floyd haya tenido las consecuencias a las que asistimos. Pero no descartaría, además, un factor simbólico no predecible, ligado a las circunstancias concretas (su difusión casi en directo o, claro está, ese grito agonizante convertido inmediatamente en eslogan) que han desencadenado una eclosión social que no consiguen otros casos sustancialmente idénticos.

-Como dijo Obama, ahora hay muchos más jóvenes blancos protestando junto a los negros que en los años 60. ¿Qué ha cambiado desde entonces?

-Aunque se trate de una actitud minoritaria, una parte de la sociedad privilegiada ha entendido que la discriminación es un problema que atenta contra el conjunto de la ciudadanía y no solo contra el colectivo al que parece dirigirse en concreto. De ahí nace la solidaridad de raíz sincera. El hecho de que se trate de un sector minoritario representa, al mismo tiempo, la cara negativa del mismo fenómeno.

-Esta vez, las protestas estás siendo globales. ¿Por qué?

-Es posible que esté actuando ese factor simbólico al que me he referido. Lo hemos visto en otros ámbitos afectados también por la discriminación. De otra parte, los movimientos sociales están naciendo y creciendo antes en el espacio virtual que en el presencial, a una velocidad impensable en los años 60, propiciada por las redes sociales en internet.

-¿Se puede comparar con el racismo que existe en EEUU y en Europa, o son fenómenos totalmente distintos?

-Siempre hay ingredientes y modos específicos de discriminación en sociedades diversas entre sí. Pero el fondo es idéntico. Si a veces nos parece distinto es porque resulta más sencillo y moralmente tranquilizador escandalizarse ante los prejuicios ajenos que reflexionar sobre los propios.

-¿A qué responde la institucionalización del racimo en Europa, con políticos como Viktor Orbán o Matteo Salvini?

-Antes que de racismo institucionalizado -que abarca un conjunto muy amplio de manifestaciones-, los casos que menciona los son de racismo en el gobierno, acompañado de discurso del odio. Pero el racismo siempre ha estado ahí, presente en gobiernos de todos los colores ideológicos, aunque en distinto grado. A partir de ahí, contamos con partidos abiertamente racistas y xenófobos que han crecido y se han envalentonado al calor de las sucesivas crisis de las últimas décadas.

-¿Cree que en nuestro país corremos el peligro de que las instituciones lleguen a estar gobernadas por partidos con un ideario racista?

-El peligro al que se refiere ya se ha consumado. Sin ir más lejos, contamos con ayuntamientos y gobiernos autonómicos sostenidos por un partido abiertamente racista y regidos por otros que no se quieren quedar atrás. Y no hay que perder de vista las actuaciones racistas materializadas por partidos que proclaman no serlo.

-¿Existe también en nuestro país un racismo institucionalizado? ¿O más bien hay instituciones donde trabajan personas racistas?

-Permítame decirle que me parece una disyuntiva falsa. Concebidas como entes abstractos, las instituciones son inocuas. Pero ese no es su modo de existencia, sino el de un permanente hacerse a través de quienes intervienen en ellas. Como son multitud las prácticas, actuaciones y actitudes racistas en las instituciones, la conclusión cae por sí sola.

-¿Hay casos de brutalidad policial con tintes racistas en España?

-Diversos organismos internacionales, como la Comisión Europea contra el Racismo y la Intolerancia (ECRI, por sus siglas en inglés) o Naciones Unidas, llevan varios años alertando sobre la falta de contundencia de las instituciones del Estado español, de todos los niveles, en la prevención y erradicación de los comportamientos racistas, incluyendo los que se producen en las actuaciones de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad. Los controles policiales por perfil étnico, por ejemplo, son un caso sangrante: un estudio de la Universidad de Granada señala que una persona negra tiene 42 veces más posibilidades de ser objeto de un control policial que una blanca. Además, hablar de racismo en España debe incluir el trato recibido por el pueblo gitano. Nuestra organización recibe todos los años denuncias contra las fuerzas de seguridad. Pero que estas deriven en una denuncia formal -por el temor y la desconfianza ante el sistema por parte de las víctimas-, y no digamos en una condena judicial, es dificilísimo porque el entramado institucional tiende a autoprotegerse. Aunque se trate de comportamientos minoritarios, cualitativamente son muy graves porque provienen de las instituciones públicas.

-¿Les consta algún caso en Aragón?

-Ahora mismo, SOS Racismo Aragón tiene abierto un caso, sobreseído en la Justicia española, especialmente sangrante al tratarse de un menor, pero para el que estamos preparando un recurso ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos.