Se atribuye a Abraham Lincoln la frase según la cual "hay momentos en la vida de todo político en que lo mejor que puede hacer es no despegar los labios". Santiago Abascal, presidente de Vox, sigue el consejo del que fuera presidente de los Estados Unidos y no dice ni palabra. Lo hará en el mitin que pretende ser el más espectacular de la campaña: el que organiza su partido en Las Rozas (Madrid) el próximo viernes.

Mientras tanto, un silencio táctico que agudiza la sensación general de que Vox es el elefante en la habitación. El marco mental de esta campaña electoral que llega accidentadamente a su ecuador es el que ha marcado la novedad de la extrema derecha.

El volumen mental que ha logrado Vox más allá de sus expectativas electorales que no son menores ha desatado una situación crítica para Pedro Sánchez y su equipo. El presidente del Gobierno es consciente de que lo que declaró Steve Bannon al diario El País el pasado 25 de marzo, resulta cierto. El excolaborador de Donald Trump y ahora estratega del nacional-populismo europeo, auguró al partido de Abascal un resultado "asombroso" porque ha logrado "colocar su producto" y su victoria consiste en "haber trasladado su conversación al resto de la derecha: partidos como Ciudadanos y PP hablan como ellos".

Lo que Bannon no llegó a suponer es que Vox se convertiría en la herramienta que Pedro Sánchez y sus asesores han considerado más efectiva para erosionar a sus adversarios, hasta el punto de que en el origen de la abochornante diatriba sobre la celebración de los debates electorales en televisión se localiza la pretensión del candidato socialista de emplear la figura de Abascal en pantalla dijera lo que dijera para visualizar ante la opinión pública que él y el PSOE representaban todos los valores que niega Vox y que no defenderían ni Albert Rivera ni Pablo Casado.

Sin Abascal en el plató "el debate no tenía sentido", susurraban fuentes de la Moncloa. Que añadían: "¿Para qué vamos a arriesgar si en las encuestas sacamos al PP más de 10 puntos?". El equipo que rodea al presidente del Gobierno, tras la decisión de la Junta Electoral Central de rechazar el formato de La Sexta y de Antena 3, cayéndose del cartel el presidente de Vox, dejó en la estacada a Atresmedia y volvió sus ojos a RTVE, a cuya administradora única Rosa María Mateo obligó a contraprogramar a la competencia privada fijando el día 23 para un debate a cuatro.

El error de Sánchez y de su equipo ha sido triple: 1) ha provocado una crisis de graves proporciones en RTVE en la medida en que su máxima responsable provisional se ha plegado a los intereses del candidato del PSOE; 2) se ha enfrentado al grupo Atresmedia sin ninguna necesidad de hacerlo; y 3) el presidente ha tenido que asumir no un debate, sino dos y en días consecutivos, sin Abascal, en la televisión pública y en La Sexta y Antena 3. Como reza el refrán: "Si no quieres una taza, taza y media". La maniobra ha sido, en términos políticos y de imagen, negativa para Sánchez porque, a la postre, la oposición y los medios (los titulares del viernes en los diarios suponían para el PSOE un tsunami destructor) le han doblado el pulso.

Mientras el candidato socialista va a tener que deglutir sus propias palabras y estar y pasar por la tesitura a la que se negaba en rotundo, Abascal y Vox aumentan la dimensión de su éxito. De tal modo que, digan lo que digan los debatientes los próximos lunes (TVE) y martes (La Sexta y Antena 3), su silencio será el más elocuente y, por eso, el más contributivo a sus propósitos. En el partido que conduce Javier Ortega Smith (candidato a la alcaldía de Madrid) la consigna interna es la victimización: Vox está siendo excluida del debate televisivo, nuestro partido juega en inferioridad de condiciones, el "sistema" pretende callarnos.

En tiempos de aversión a la política tradicional, esas voces marginales resultan especialmente audibles. Son como las "frescas voces" de las sirenas de la Odisea que tratan de encantar a Ulises en su travesía homérica. Bolsas importantes del electorado de la derecha las escuchan y engordarán el resultado de Vox al que las encuestas según el propio director del CIS, José Félix Tezanos ofrecen un resultado seguramente menor del que obtendrá el 28 de abril. El debate sobre los debates le ha venido a los voxistas como anillo al dedo. Un ejemplo para que George Lakoff confirme las tesis de su libro más reconocido: No pienses en un elefante.

El enorme lío de los debates en los que se ha metido innecesariamente Sánchez dejando traslucir obscenamente que su táctica contaba con el engorde de las posibilidades de Vox para deprimir las de Ciudadanos y PP supone una contribución neta a que se consolide en el imaginario colectivo del electorado la importancia que tanto la derecha como el propio PSOE atribuyen a Vox. Quizás desde Cataluña este efecto secundario de la torpeza con la que Ferraz y la Moncloa han manejado los debates para al final aceptar el peor de los escenarios para Pedro Sánchez pueda parecer intrascendente.

La irrupción de Vox en el Congreso, tan favorecida, aunque contradictoriamente, por unos y por otros, condicionará sin embargo el discurso general sobre la crisis catalana y lo hará en unos términos que alterarán otra vez el marco mental general español en el que se desenvuelve el independentismo que se mantiene en su obstinación rupturista. Así, también los separatistas parecen desear el auge de un Vox cuyo presidente ha ganado de antemano los debates televisivos sin pronunciar palabra. Lincoln tenía razón.