La polémica les ha arrebatado el nombre aunque no la discreción. "Es una norma del Ejército: no podemos hablar de lo que ocurre en el submarino, ni con nuestros padres, ni con nuestros hermanos, ni con nuestros amigos...", balbucea uno de los marineros tras la enésima cerveza. "Llega a ser duro", reconoce, y su semblante se oscurece a pesar de haber alcanzado con creces los numerosos estadios que la nocturna ingesta trae consigo. Luego se baja los pantalones y enseña sin pudor el trasero.

A los 130 anónimos tripulantes del submarino nuclear británico Tireless los tragos les queman la garganta apenas se roza el tema. Saben que Gibraltar no es sólo una mera escala recreativa, por mucho que sus mandos de la Royal Navy se empeñen en aparentar una forzada normalidad. Les han rodeado de lujos, pero la realidad es que durante los cinco días de descanso en la colonia permanecerán de forma obligada en el lado británico de la verja. La orden ha sido clara: ni un marinero puede pasar a España.

El rechazo

"No nos quieren allí", reconoce un fornido marinero tras la barra del Horseshoe, un típico pub inglés de Main Street, muy próximo a la plaza de John Macintohs, la Piazza que la princesa Ana de Inglaterra reinauguró hace unos días en su también discutida visita a la Roca. Demasiadas visitas inoportunas para apenas dos semanas.

El local constituye estos días el punto de encuentro de la tripulación. Lo más parecido a estar en casa y sin ninguna campaña que restrinja el incalculable número de pintas que trasiegan. Las paints y los shorts (cervezas y tragos cortos) corren sin control, así como las miradas lascivas al intuir un buen contoneo. "Pues se van a quedar con las ganas, porque aquí no hay casas de citas", dice socarrón el propietario del pub. No cesa de agasajarles porque "son buenos clientes, se dejan lo menos 200 euros al día, más que otros marineros porque ganan más, su trabajo es más peligroso por lo del tema nuclear".

Algunos saludan a viejos amigos, que se han trasladado en avión desde Inglaterra hasta Gibraltar para ver a los marineros. "El vuelo es barato y hace mucho que no nos vemos", suficiente motivo para una nueva ronda. Pero la escasa hospitalidad de los españoles sigue acampando en la conversación: "No sé de qué se quejan. Gibraltar es territorio británico. ¿Cuál es el problema? Nosotros podemos venir siempre que queramos".

Suntuosa reclusión

Para compensar el frío recibimiento, la Royal Navy no ha reparado en gastos al alojar a sus incansables muchachos. Los más lujosos hoteles de la colonia acomodan a los tripulantes en habitaciones que alcanzan los 300 euros en el Eliott Hotel, cuya octava planta está reservada para los marineros rasos, alojados en habitaciones de tres y cuatro plazas. Los oficiales de mayor rango disfrutan de habitaciones individuales en el Rock Hotel, con vistas al submarino nuclear, fondeado en el South Molle desde el viernes. El resto se aloja en el Caleta Hotel. Al otro lado de la frontera, se limitan a comentar: "Mejor así. Si llegan a venir a España podría haberse liado. Ya está bien de tanta provocación".