La tercera noche de disturbios en el centro de Barcelona tuvo un elemento novedoso que acentuó la tensión en la calle: la presencia de radicales de ultraderecha que se dedicaron a buscar y perseguir a los independentistas que acudieron a la llamada de los CDR en los Jardinets de Gràcia. La imagen más impactante fue la paliza que un manifestante secesionista recibió por parte de un grupo de ultras. Y otra reyerta en sentido contrario en la que la víctima portaba un cuchillo y una bandera española.

La plaza de Artós era, a priori, el punto más caliente de la jornada, el lugar en el que podía pasar absolutamente de todo. Pero por suerte, quizás porque todavía había luz, o porque los Mossos taparon bien los agujeros, o porque unos y otros guardaban fuerzas para más tarde, el choque directo entre antifascistas y ultraderechistas no se produjo. Solo hubo un largo intercambio de lemas, de canciones e insultos, que se prolongó durante una hora. En la hora punta, los ultras eran unos 300.

El lugar no era para nada gratuito, pues Artós es desde hace tiempo epicentro del fervor nacional local. Mientras gritaban consignas a favor de España, blandiendo alguna que otra bandera preconstitucional y cantando el 'Cara al Sol', la policía catalana iba cercando la plaza, de manera que la fiesta tuviera un perímetro muy claro. Los jóvenes antifascistas llegaron por Major de Sarrià. Cerca de 400. Unos 25 metros y una treintena de agentes les separaban. Mejor no pensar que habría pasado si se juntan.

Visto que la frontera policial era infranqueable, y que intentar llegar al otro lado del valle quizás mermaría la tropa, ambos lados se dedicaron a decirse de todo. Por turnos. Solo se produjo una carga en toda la tarde. Y leve. Poco antes de las 21 horas, los antifascistas pusieron fin a la concentración y se marcharon hacia los Jardinets de Gràcia. Los ultras se quedaron un rato más hasta que decidieron poner rumbo al mismo lugar. Interior admitió pasada la medianoche, que la falta de efectivos hizo imposible contener la diseminación de los ultras por el Eixample. Pero sí se evitó el choque directo con los independentistas.

SIGUIENDO EL RASTRO

La policía catalana les fue siguiendo de cerca e intentó que no cruzaran más allá de Balmes, usando, en un par de ocasiones, proyectiles de foam. Ahí es donde el jueves empezó a oler a miércoles y a martes. Pero con el añadido de que debía evitarse a toda costa que ambos grupos se encontraran. Mientras eso sucedía, los independentistas iban bajando por Balmes tras recibir la noticia de que los ultraderechistas venían por la calle de París. Y la cruda noche volvió a empezar, porque los jóvenes radicales independentistas comenzaron a volcar contenedores y a lanzar de todo a la línea policial, que seguía intentando que nadie cruzara más allá de Aragón, donde estaban los ultras.

Lo sucedido a partir de ese momento, dejando de lado las brutales palizas que recibieron un joven independentista y otro de signo contrario, fue un calco de las dos noches anteriores, con mención especial para Pau Claris con Mallorca, donde los radicales intentaron superar la muralla policial para alcanzar la delegación del Gobierno. Violencia superlativa, cohetes incluidos. No lo lograron. Se repitió lo sucedido la noche anterior, con los Mossos en actitud pasiva. Dejando hacer. Y evitando ese choque de ideologías que habría resultado fatal para todos.