Adiós a Esperanza Aguirre metiendo el ojo a Mariano Rajoy a la menor oportunidad. Adiós a la autoproclamada líder de la cruzada del PP contra Podemos. Y adiós a la lideresa vestida de chulapa, con calcetines y tacones después de sobrevivir a un atentado en Bombay, o inaugurando obras con desparpajo y un manejo de los medios de comunicación que ha creado escuela y ahora imitan algunos de los representantes de la nueva política.

Aguirre dijo ayer adiós definitivamente a más de 30 años de dedicación a la política. Nacida hace 65 años y casada con Fernando Ramírez de Haro y Valdés, Conde de Murillo con Grandeza de España, aspiraba a terminar su carrera como alcaldesa de Madrid, su ciudad natal. Pero, aunque ganó las últimas elecciones municipales, primero un pacto entre Podemos y el PSOE para investir a Manuela Carmena le arrebató su sueño, y ahora la salida a la luz pública de los desmanes de su amigo Ignacio González la han apartado definitivamente de la vida pública.

Porque González no solo fue su delfín, a la persona a la que confió la Comunidad de Madrid cuando en el 2012, y con el argumento de que quería disfrutar más de su familia tras recuperarse de un cáncer, decidió dar el primero de sus tres pasos atrás, sino que ha sido uno de sus íntimos amigos, según su entorno. De ahí que, cuando se conoció su arresto y comenzaron a filtrarse las primeras informaciones sobre las presuntas mordidas cobradas por González como presidente del Canal de Isabel II se derrumbara ante los medios, conocedora de que esto supondría su defunción política.

En su segunda renuncia, cuando en el 2016 dejó las riendas del PP de Madrid por los indicios contra su otrora mano derecha, Francisco Granados, basó su dimisión por su responsabilidad ‘in vigilando’, una impronta que la atrapaba y la impedía continuar ahora con su acta.

Porque Aguirre siempre ha presumido de dar la cara y no tener pelos en la lengua. Yo no me callo tituló el libro que publicó el año pasado y en el que critica a Rajoy, al que intentó sin éxito arrebatar la dirección del PP en el 2008, por su indefinición ideológica, además de relatar cómo, según su óptica, fue ella la que «destapó» la trama Gürtel.

Un argumento le ha servido para sobrevivir hasta ahora, pese a su enfrentamiento con Rajoy y las dudas en torno a la financiación del PP en Madrid, que ella dirigió con mano de hierro, hasta el punto de crear la corriente denominada aguirrismo, durante 12 años. Como cuando convenció a Rajoy de que era la única para sacar mayoría absoluta para la alcaldía de Madrid. Se equivocó entonces y quizá ahora le pese este empeño y no haber cerrado su vida política cuando renunció a continuar como presidenta de la Comunidad tras haber sido ya concejala en Madrid, además de la ministra atolondrada de Educación con Aznar y la primera mujer en presidir el Senado. Pero Aguirre es un animal político que, acorralado, tendrá que conformarse ahora a ver la actualidad desde la barrera.