Ni Antonio Gala, ni el autor de El código Da Vinci en pleno furor del Día del Libro. Tampoco una partida de dentífrico polaco en lo más duro de la escasez soviética. Ni siquiera los rizos rubios de David Bisbal habrían concitado una cola tan nutrida y entusiasta como la que ayer aglutinó en Barcelona el expresidente José María Aznar para firmar ejemplares de su libro Ocho años de Gobierno. Una visión personal de España (Planeta).

La convocatoria era de seis a ocho de la tarde en El Corte Inglés de Diagonal, cuya entrada estaba custodiada por un fuerte dispositivo de seguridad. Faltaba un cuarto de hora para la cita, cuando la muñeca del antiguo inquilino de la Moncloa ya estaba rubricando ejemplares de una obra por la que, junto a otras dos que aún están en el tintero, José Manuel Lara Bosch, presidente del grupo Planeta, le ha ofrecido 600.000 euros (100 millones de pesetas).

Aznar estaba serio pero distendido en la tarima. Y se aplicó con paciencia monástica a la ingente tarea de obsequiar con su firma y un apretón de manos a las cerca de 500 personas que se apretujaban por entre los expositores: la cadena humana no tardó en dar la vuelta entera a la segunda planta del establecimiento. El expresidente estampaba su firma con un rotulador azul y no se despeinó, ni se remangó la camisa de rayas ni se apeó de la corbata en las dos horas y media que duró el suplicio.

Espera en balde

No habrían dado las 18.30 horas cuando los encargados del centro comercial ya advertían a los recién llegados de que su espera sería en balde porque Aznar ya no tendría tiempo de atenderles. "Virgen santa, jamás me lo habría imaginado. ¡Y eso que no hay gente del PP en Barcelona!", exclamó una señora.

Sólo quienes se acercaron con puntualidad británica al centro comercial consiguieron el ejemplar firmado luego de guardar una media de dos horas de cola. Y ése es tiempo suficiente para trabar amistad e hilar conversación. En la espera se habló de la retirada de Irak y sobre todo de la boda: "De todas, la que más me gustaba era la Sartorius", explicaba una señora.

El de la tupida ringlera era un público veterano, entregado y mayormente femenino. Los responsables de los almacenes no sabían cuántos ejemplares se vendieron. "Mogollón" sería la respuesta si ése fuera un término científico (la semana pasada, el libro ya estaba entre los más vendidos del centro).