Las fuerzas independentistas se están metiendo, por culpa del obcecado legitimismo de Carles Puigdemont, en un embrollo lleno de paradojas. ERC sabe que si se deja imponer el plan de JxCat para forzar una investidura en ausencia del candidato, forzando la reforma de ley de la presidencia de la Generalitat, la legislatura entraría en un callejón sin salida. Por mucho que se intente una triquiñuela para burlar al TC, las medidas cautelares que este dictó son muy claras. Tanto Roger Torrent como el resto de los miembros de la Mesa fueron advertidos de su posible responsabilidad penal en caso de incumplimiento. Si a eso se añade la idea de crear unas instituciones paralelas en el "exilio", empezando por un Govern bis que tutelaría políticamente al de Barcelona, y una asamblea constituyente formada por cargos electos (que incluiría a los actuales 70 diputados independentistas), nos encontramos con que se estarían reproduciendo nuevamente las condiciones que llevaron a la aplicación del artículo 155.

La estrategia, en declaraciones de la portavoz de JxCat Elsa Artadi, es "poner al Estado contra las cuerdas" en todos los frentes, pero eso significa que se pretende regresar a la pantalla del 27 de octubre cuando se votó la DUI. Todos estos planes sediciosos que de forma desordenada hacen circular los partidarios del 'expresident', y que son recibidos con simpatía por la CUP pero con espanto en ERC, estarían dando la razón al juez del Supremo Pablo Llarena de que existe un riesgo de reiteración delictiva con el propósito de lograr la secesión unilateral. Los sucesivos autos del magistrado por los que mantiene en prisión preventiva a los 'Jordis', Oriol Junqueras y Joaquim Forn son discutibles, pero la actitud de Puigdemont, que por ahora es el único candidato a la investidura, les está perjudicando mucho porque evidencia que el separatismo no se resigna a abandonar la rebeldía.

Ahora bien, la paradoja tal vez sea que todo esto puede acabar teniendo efectos positivos, tanto para los independentistas como para el conjunto de los catalanes. La obcecación del 'expresident' hace que emerjan todas las contradicciones en su campo en una especie de prórroga del procés que solo puede tener dos finales: la prolongación del artículo 155 si se insiste en una investidura imposible o la aceptación final de que la desobediencia no lleva a ninguna parte. La derrota de Puigdemont va a ser el remate para que el independentismo haga un proceso sincero de rectificación y autocrítica. Primero se vendió la secesión en 18 meses, y luego que se llevaría a cabo un referéndum legal, vinculante y efectivo. El 21D, JxCat pasó por encima de ERC prometiendo que se restituiría al president "legítimo". Ganó de nuevo la radicalidad. Pero ni independencia, ni referéndum, ni tampoco ahora Puigdemont volverá a la Generalitat. Todo este bochornoso espectáculo entorno a una investidura imposible es una especie de penitencia por el que los independentistas tenían que pasar, incluso si acaba en nuevas elecciones. A largo plazo, será bueno para ellos y también para los demás. ¡Bendito Puigdemont!