Aquello era un simulacro, pero como todos los simulacros tenía vocación de realidad: así que hay que imaginar que al igual que aquel grupo de periodistas en ese 2008, en este 2018 Oriol Junqueras tendrá que traspasar la puerta corpulenta, toda hierro y vidrios robustos y marcada con un burocrático M19. Que luego, por pasillos y escaleras y atravesando la explanada central será conducido al módulo de ingresos, como fue conducido aquel grupo de periodistas. Que lo harán pasar por el arco de seguridad y poner sus cosas en el escáner, y que será cacheado en uno de los cuartos pequeños y fríos destinados a los cacheos. Y que harán eso él y todos los demás: Raül Romeva, Jordi Sànchez y Jordi Cuixart primero, y en breve Joaquim Forn, Josep Rull y Jordi Turull. Vienen los presos. Vienen a Lledoners.

Entonces, en octubre del 2008, las obras de la nueva cárcel estaban recién terminadas y la Consejería de Justicia había decidido enseñarla a los periodistas antes de empezar a llenarla de presos. Ubicada en el término de Sant Joan de Vilatorrada, cerca de Manresa, Lledoners era publicitada como el símbolo de la renovada política penitenciaria de la Generalitat de aquel entonces (la de José Montilla), que quería prisiones más modernas, más pequeñas y más amables. Quienes habían visitado alguna vez una cárcel señalaron el contraste. Aquello no era La Modelo. Ciertamente era una prisión, y su arquitectura era opresiva como la de cualquier otra; igual, sus primeros habitantes intuían que mucho habría de degenerar para convertirse en un cinematográfico agujero de perdición.

Justicia no se contentó con organizar un tour al uso y propuso a los periodistas que pasaran la noche entre rejas. Al final se presentaron medio centenar. Cumplieron con los trámites de ingreso, fueron cacheados, les fueron tomadas sus huellas digitales, una foto, se les hizo un examen médico y mantuvieron una charla con el responsable de educación. No solo era un simulacro, sino que además era exprés: en unas horas se hizo lo que en condiciones normales tomaría tres días. Durante el ingreso, los periodistas fueron desposeídos de casi todo: documentos de identificación, teléfonos, billeteras, llaves y artículos de limpieza. Las autoridades penitenciarias demostraban cierta sensibilidad cultural al permitir pasar los libros.

Si todo funciona igual que entonces, a los presos hombres del independentismo catalán los conducirán entonces a sus celdas, cubículos de 10 metros cuadrados iluminados por una luz no del todo mortecina y equipados con inodoro, ducha privada, un interfono para situaciones de emergencia y hasta un espejo. Los tres últimos detalles son portadores de la política de amabilidad penitenciaria de aquel 2008. Con un interfono en la celda la mitad de los asesinatos del género carcelario -cinematográfico o literario- se habrían evitado, y con un espejo a mano quizá se habría duplicado el número de suicidios. Por lo demás, la celda es celda: dura, fría, pequeña.

Junqueras, Rull, Turull, Forn, Romeva y los Jordis comerán comida de Lledoners -aquella noche eran verduras hervidas, tomate asado, tortilla de patatas, pan y un flan- y recibirán el correspondiente neceser carcelario, una bolsa negra marcada que contiene -contenía- papel higiénico, desodorante, crema de dientes, gel de baño, cuchillas y crema de afeitar, cubiertos de plástico, pañuelos y preservativos. Fue lo que recibieron entonces aquellos periodistas, los primeros 50 huéspedes de la cárcel. Hoy en día Lledoners acoge a 684 presos, aunque tiene camas para 929. Apretados no estarán.