Termina una semana extraña en el seno del Partido Popular. Hay cierta desorientación interna y viene de atrás. El miércoles Pablo Casado creyó hacer una buena jugada en el Congreso: no se apoyó la última prorroga solicitada por Pedro Sánchez para el estado de alarma, para darle así el castigo que le demandaban los más duros de la organización. Pero se quedó en la abstención para que nadie pudiera acusarle de entorpecer medidas clave en la crisis sanitaria.

A un puñado de los suyos les supo a poco ese ni sí ni no. A otros muchos les pareció un exceso que les aleja del centro y de la imagen de partido de Estado que habían buscado en torno a la pandemia. Y justo en en un momento en que Vox ha dejado de brillar enla derecha, según los sondeos, e Inés Arrimadas, de Cs, además de votar a favor de Sánchez arrancó a Moncloa una serie de compromisos que le da relevancia y presencia pese a sus diez escaños. Los naranjas vuelven a ser visibles, pese a su peso parlamentario.

Para más inri se ocultó el sentido del voto a los propios diputados hasta el final del discurso de su líder, fomentando la sensación de caos. Llegó a tanto el desconcierto que Casado tuvo que convocar a sus compañeros de grupo, por videoconferencia y de foma improvisada, justo antes de apretar el botón de votar. No es buena señal.

El espejo madrileño

En el ranking de la imagen pública el jefe del PP, seguramente, ha bajado escalones esta semana. Desescalada. Cuando alguien tiene que explicar demasiado su estrategia para que se entienda... no sirve. No es buena. Algo falla. Eso dicen los cánones oficiales. Tampoco una de las principales apuestas políticas de Casado, la presidenta Isabel Díaz Ayuso, pasa por sus mejores momentos, si alguna vez los tuvo en estas últimas semanas.

Gobernar la comunidad más castigada por el coronavirus no es tarea sencilla. Qué duda cabe. Especialmente cuando heredas, de tu propio partido, la gestión de una sanidad a la que se castigó sin medida en la anterior crisis económica y a la que se dejó sin muchas manos en tiempos de cuestionables recortes. Más cuestionables, por cierto, cuanta más información emana de los tribunales en los que se instruyen casos protagonizados por algunos de sus antecesores en el gobierno madrileño.

Pese a todo Ayuso ha tenido sus aciertos: se le reconoce la capacidad para colaborar con el Gobierno en el complejo mundo de la recopilación de datos -crucial para luchar contra el virus- o para montar casi de la nada un hospital como el de Ifema. Sin embargo tampoco a este logro hospitalario supo ponerle el broche que merecía la proeza: convirtió el acto de cierre en una romería política donde se incumplieron, ante las cámaras, todas y cada una de las recomendaciones de los expertos en esta fase.

La primera, la de evitar las aglomeraciones de gente. Terminó pidiendo disculpas públicas ante la avalancha de indignación social... arrastrada, todo hay que decirlo, por el alcalde de Madrid, el también popular José Luis Martínez-Almeida (seguramente el conservador cuya proyección ha mejorado más y más rápido por su postura ante esta crisis).

Dimisión y miedo

La última de Ayuso es grave. Quiso forzar que Madrid entrase en fase 1 de esconfinamiento contra el criterio de su directora de Salud Pública, Yolanda Fuentes, que terminó dimitiendo. La economía casi se impone a la razón. Casi. El ministerio lo ha impedido.

Pero a buena parte de los madrileños les queda el miedo en el cuerpo. Y a Casado, un problema: de este asunto polémico no quiere hablar. Ni él, ni su secretario general... táctica de colocar el foco en otro asunto anunciando denuncia al Ejecutivo por compra de material sanitario defectuoso.