La dirección del PP, que aún acusa la resaca política propia de haber despojado al PSOE del poder andaluz tras casi cuatro décadas, está demostrando este fin de semana que sabe montar fiestas. De las grandes. La Convención que se está celebrando este fin de semana en Madrid lo es. Invitados diversos, reconciliaciones, música en directo, precaución para que no se crucen aquellos que un día fueron pareja (laboral) y ahora son incompatibles, luz tenue y hasta un Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, que aportó a la reunión glamour intelectual. Del otro no, porque su habitual acompañante, Isabel Preysler, es víctima de la ola de gripe que asedia Madrid, por lo visto.

Hay festejo conservador de 72 horas, indudablemente. Pero al «rearme ideológico» que prometió Pablo Casado hace meses, con propuestas concretas y desarrolladas que lo justificaran, ni está ni se le espera. El líder popular se reserva su discurso del domingo para explicar qué quiere hacer en España, con algo más de detalle del que ha dado hasta ahora, y con Vox inevitablemente flotando en el ambiente. Sin embargo no se parirán aquí, como en un principio se dijo, un ramillete de iniciativas específicas que sean la base de los programas electorales para los comicios de mayo.

Sí tiene este cónclave, el ‘fiestón’ de Casado, bastante de discusión sobre si hay que ser más o menos sectario tras pasar el trago del pacto con los ultras en Andalucía. Se están reafirmando (ahora) posiciones del PP sobre temas delicados recientemente puestos en cuestión como la violencia machista, esa que por puro tacticismo se convirtió en «doméstica» para el líder del PP en plena negociación con Vox. También por el escenario desfilaron víctimas de ETA y de horrendos crímenes, expertos en economía y en educación y hasta algún gracioso que, como el portavoz de eso que se hace llamar Tabarnia, aprovechó su paso por este evento para pedir la afiliación al partido de Abascal.

Con estos ingredientes, cientos de populares están viviendo con entusiasmo una Convención en la que, sin duda, la estrella de su segunda jornada (ya veremos si todas) fue José María Aznar, que dio juego y generó una gran cantidad de titulares.

Aznar, rehabilitado por Casado después de años de enfrentamiento indisimulado con quien fue su sucesor, Mariano Rajoy, se vino arriba. Y llevó arriba a un auditorio más que entregado. En un gesto inusual, admitió su devoción por el actual presidente del PP alegando que es «más listo» que él y que sabe «mucho más» de política, señalándolo como el verdadero mesías del electorado de derechas.

Como era de esperar, el actual jefe de este cotarro popular terminó henchido de orgullo. No en vano Aznar, que sigue siendo un tótem para los que se consideran pata negra de la derecha y «los principios» (como si el resto no tuviera), le confirmó como el elegido, pese a su simpatía por Albert Rivera y su vieja relación con Abascal. En estos momentos el gesto vale oro. Rajoy también estuvo en la fiesta y algo dijo sobre no arrugarse ante Vox y no ser doctrinarios. Lo hizo a su estilo, sin grandes liturgias, y logró lo que esperaba: titulares que no fueran excesivamente polémicos y quedar bien con el anfitrión. Hasta ahí.