El procés ha dinamitado a los partidos catalanes, incluidos casi todos los del procés. Es decir, a la antigua Convergència, hoy denominada PDECat. De ser el partido hegemónico durante más de dos decenios ha pasado a luchar por su supervivencia, convertido en un rompecabezas en el que la escisión es un riesgo real que solo se sorteará si los distintos actores en liza, en especial el expresident Carles Puigdemont por un lado y las bases territoriales junto al también expresident Artur Mas, por el otro, logran un armisticio. Puigdemont es la solución y el problema. Es la mejor marca del PDECat, pero sus decisiones sobre candidaturas y sobre mensajes (un independentismo de combate, muy distinto al pactismo convergente) le han granjeado enemigos internos acérrimos: todos los purgados en listas y los que dicen haber sufrido la política de radicalidad secesionista, con unos militantes perplejos ante el giro, que ha incluido la creación de entes como La Crida, de futuro incierto, y la cacofonía de nombres entre PDECat y JxCat. Tras su victoria en las europeas ha anunciado que pasa a tomar el mando del partido para reunificar posiciones.

Buena parte de los cuadros comarcales y locales que proceden de CDC están hartos y preparan un documento público en el que dejarán claro que ya no obedecerán instrucciones que desdibujen el perfil del partido de toda la vida y les obliguen a fichajes estrella o a discurso radicales. «Nunca más nos mandará Waterloo, ni tampoco Soto del Real [cárcel donde cumplen prisión provisional algunos presos del procés]», proclaman en privado, denunciando que el partido está al borde del precipicio. Preparan lo que denominan «la revolución de las bases». Proponen una doble dirección: la del mensaje político y la interna, que podrían corresponder a Puigdemont y Mas. Piden volver a un discurso «no alocado» en la cuestión nacional y muy basado en el centrismo ideológico, como está recetando el propio Mas estos días en varias entrevistas.

En cambio, otros exdirigentes, alcaldes, exconsellers y personas que no forman parte del PDECat sopesan crear un proyecto propio porque no creen que Puigdemont abandone la radicalidad independentista y prevén que la enésima refundación sea un maquillaje del expresident consistente en recuperar a algún nombre del partido pero para mantener todo el poder en manos de sus fieles de JxCat. La tensión está servida.