El olor a loción posafeitado de los guardaespaldas empalaga el silencio de la familia Urdangarin en su refugio ginebrino. Los abogados defienden a la infanta como una esposa cegada de amor que no se enteraba de las maniobras del marido. Pero ponía la firma. Siempre Iñaki por encima de todo, incluso del Rey, hechizada desde el balonazo de Atlanta. Iñaki, Iñaki, ñaka, ñaka. El amor es ciego hasta el extremo de alimentar el desafecto de la calle hacia la Corona mientras construía castillos en el aire de Pedralbes. Un cisma familiar desatado por la imputada infanta que blanqueó capitales y defraudó cientos de miles de euros a esa Hacienda que se presume somos todos.

La familia, ese pilar fundamental que pretende defender Jorge Fernández Díaz. El ministro de la porra y el rosario, además, tiende a complicarse la existencia con la lengua como cuando alertó de que muchas familias no pudieron compartir la Navidad por culpa del soberanismo catalán. ¿Grietas en las familias? ¿Afán antropológico por detectar los latidos de las familias de España? Si el independentismo es un azote, ¿qué desencadena la corrupción? Fernández Díaz no reparó en las ramas mustias del árbol Borbón y Grecia, afectado por el virus que agrieta a las tribus.

Entre líneas de ciertos zarzuelólogos se adivina que, por culpa de Urdangarin, el convaleciente Juan Carlos no pudo reunir a toda la prole en el gran banquete de Nochebuena. Estaban las niñas, la desenamorada Elena y la enamoradísima Cristina, con sus descendientes. Las tronas del príncipe heredero, su esposa, Letizia, y las dos infantitas quedaron vacías. Felipe esquivó el encuentro de cuñaos en Nochebuena y Navidad. Prefirió pasar la velada en su residencia con la familia política. Más tarde se reunió con su padre para cumplir la tradicional visita del Monarca y el Príncipe a los empleados de palacio que trabajan la noche del 24 de diciembre. El desencuentro de los hermanos arroja la fotografía de una familia (real) que se esquiva.

Y además flamenca

Estrábica a los ojos del juez, cegada de amor a los de un abogado, encoñada que resumiría una lectora del Cuore, duquesa empalmada, Cristina ha resultado ser además la infanta flamenca. Decían que era su hermana Elena. Flamenca por el enroque en defensa de la Torre (Iñaki) ante el Rey y el Príncipe. Que nadie le pida distanciarse del padre de sus cuatro hijos. Que nadie insinúe que debe renunciar a los derechos dinásticos. La infanta tiene un carácter muy Borbón, de Grecia y de Urdangarin. Luce diplomas que no le ayudaron para sumar conocimientos sobre los movimientos financieros de Aizoon, la empresa que comparte con su esposo. No quiso verlos. Qué más da, debe de decirle su abogado, Miquel Roca, compadre de la Constitución, de la operación reformista del 86.

¿Sabrá la infanta que mira a otro lado que el símbolo de la Justicia es una diosa con los ojos vendados por ser igual para todos? ¿Igual para todos? Continuará.