Cuando Abdelbaki Es Satty, el líder de la célula que atentó en Barcelona y Cambrils el 17 de agosto, llegó a Ripoll en el 2015 tenía 43 años. Arrastraba un pasado de sospechas policiales que lo vinculaban con terrorismo islamista y dos condenas carcelarias por tráfico de hachís y por introducir en territorio español a un inmigrante ilegal marroquí. Pudo ocultar esa mochila cargada de alarmas sin problemas. Durante los dos años en los que residió en esta localidad, en la que se empadronó y comenzó a trabajar de imán dentro de esta comunidad musulmana, no saltó ninguna.

Empleó ese período de tiempo en radicalizar a unos jóvenes -a los que transformó ante los ojos de su entorno- que quisieron seguir matando incluso después de la muerte de su mentor. Es Satty falleció volatilizado por los explosivos con los que iba a perpetrar unos ataques planificados durante meses en un chalé ocupado de una urbanización de Alcanar. Todo lo hizo pasando bajo el radar de los Mossos d'Esquadra -ni de ninguna otra policía-, en un país en alerta antiterrorista de 4 sobre 5, dentro de un continente acostumbrado a sufrir atentados islamistas y junto a una ciudad, Barcelona, que no dejaba de preguntarse cuándo llegaría su día. ¿Cómo lo logró?

Fanático sin marcaje policial

Los Mossos no estaban pendientes de Es Satty porque, según han asegurado, todo cuanto sabían de él es que tenía residencia en Ripoll, que era imán y que tenía un primo -Mustapha- (con el que en realidad no tenía parentesco), que había sido investigado en el marco de la Operación Chacal, desencadenada tras los atentados de Madrid del 11 de marzo del 2004. Ni los agentes que trabajan a pie de calle en Ripoll, ni sus policías locales, educadores, o la propia comunidad musulmana del municipio (todos ellos antenas que el cuerpo catalán forma desde hace tiempo para que detecten una amenaza en Catalunya) notaron nada extraño. Toda la información que tenían de Es Satty es la que el sargento del Área Central de Análisis de la Comisaría de Información escribió en un correo a un agente de la policía local de Bélgica cuando este "colega" le pidió toda la información posible acerca de un individuo que, en cuanto pisó ese país, sí inquietó a sus autoridades.

El pasado del imán de Ripoll

En el 2006, Es Satty era un discípulo de Mohamed Mrabet, un hombre condenado (y absuelto más adelante) por liderar una célula que hasta enero del 2006 reclutaba terroristas desde Vilanova i la Geltrú. Así lo afirmó un testigo interrogado durante la Operación Chacal -Omar Boudame-, que le situó al mismo nivel que Mrabet en las reuniones que el grupo mantenía. También convivió con Bellil Belgacem, otro discípulo de Mrabet que se inmoló en Irak y mató a 19 soldados italianos y 9 iraquíes. El Cuerpo Nacional de Policía llegó a pinchar su teléfono y la Guardia Civil redactó un informe sobre Es Satty a petición del juez Garzón. Los dos cuerpos españoles lo investigaron, bajo la supervisión de la Audiencia Nacional, pero ninguno llegó a obtener pruebas concluyentes que acreditaran que formaba parte de la célula de Mrabet. Algo que a estas alturas parece claro, pero que entonces se diluyó por varias razones, entre ellas, el número de operaciones contra células yihadistas simultáneas que acabaron en un único procedimiento que pasó por manos de tres jueces.

Su paso por la cárcel

En el 2003, Es Satty fue condenado a medio año de cárcel por haber intentado introducir a un marroquí con pasaporte falso por la frontera española. En el 2011, fue condenado de nuevo por traficar con 121 kilos de hachís. Cumplió la pena en la prisión de Castellón, de la que salió en abril del 2014. Tenía que ser deportado pero su orden de expulsión se anuló. Se quedó para urdir una matanza en Barcelona.

Cuerpos que no se hablan

En abril del 2015, en el marco de la operación Caronte, se produjo un episodio, destapado por El Periódico, que contaminó la confianza entre los Mossos y el CNP. Agentes de la policía española avisaron a una célula yihadista afincada en Catalunya de que estaba siendo investigada por los Mossos. La policía catalana lo supo porque había infiltrado a un agente dentro de este grupo. La traición, que siempre ha negado el CNP y que fue motivada en el mejor de los casos por la rivalidad entre policías que quieren anotarse un tanto tan valioso como el impedimento de un atentado, contaminó la relación entre ambos cuerpos.

El anhelo independentista tampoco ha ayudado a restablecer la confianza entre los tres cuerpos. Y, según denuncia el Govern, se ha retrasado el acceso de los Mossos al Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado (CITCO) y se sigue obstaculizando su entrada en la Europol.

Un puzzle por montar

Que Es Satty era una bomba de relojería es algo que ni los Mossos, ni el Cuerpo Nacional de Policía, ni la Guardia Civil, ni el sistema judicial, podían saber por separado. Pero si cada uno de estos agentes activos en la lucha antiterrorista hubiera compartido con el resto la información que tenía de este imán, resulta impensable que no hubiera saltado alguna alarma. Pero no saltó ninguna. Los Mossos, que completaron su despliegue en Catalunya en el 2008, no hicieron preguntas sobre el pasado de Es Satty. Guardia Civil y Policía Nacional, no dijeron lo que sabían. No hubo comunicación. Hubo desconfianza. Salió ganando el terrorista.