"Aznar no es un facha". La frase es de Xabier Arzalluz. El exlíder del PNV la pronunció el 30 de abril de 1996, con la voz emocionada de quien realiza un feliz descubrimiento. Acababa de sellar con José María Aznar el pacto de investidura que llevaría al presidente del PP al palacio de la Moncloa. Poco antes, Aznar había suscrito con Jordi Pujol el Pacto del Majestic , garantizándose también el apoyo de los nacionalistas catalanes.

El PP había doblegado al PSOE en las elecciones de marzo de 1996, y el futuro presidente pretendía, a toda costa, erigirse en paladín del diálogo, la tolerancia y la pluralidad de España. En realidad, lo que hacía era convertir la necesidad en virtud, ya que la falta de una mayoría absoluta en el Parlamento, sumada a la aspiración de homologarse a la derecha civilizada europea, le imponían esa actitud de mano tendida.

Primera cruzada

Con el frente nacionalista tranquilo a base de concesiones, y los sindicatos amansados con una política de guante blanco, Aznar se vio libre para desatar su primera gran cruzada: la guerra digital . El Gobierno pretendió destruir al presidente del Grupo Prisa, Jesús de Polanco, y formar, a través de la privatizada Telefónica, un emporio audiovisual al servicio del PP.

La tregua de ETA y el pacto de Lizarra, en septiembre de 1998, hicieron saltar por los aires la relación con el PNV. A partir de ese momento, el presidente dejó de lado la moderación y emprendió lo que muy pronto, con la victoria por mayoría absoluta en el 2000, constituiría el eje de su política: la demonización de los nacionalismos, la defensa de la unidad de España (como si todos los demás partidos pretendieran su desmembración) y la conducción de España al club de "los grandes" del mundo.

Megabandera

En ese torrente de exaltación nacional, que ha tenido expresión muy elocuente en la megabandera de la plaza de Colón de Madrid o en la guerra del Perejil , la Religión se convirtió en asignatura computable para nota y las víctimas de la guerra civil fueron ignoradas. En el plano exterior, los lazos históricos con el eje franco-alemán se dinamitaron en favor de una alianza incondicional con EEUU, que alcanzó su cénit en la guerra de Irak, que Aznar apoyó de modo activo contra la voluntad del 90% de los españoles.

El presidente ha defendido siempre sus políticas en nombre del interés de España. Sin embargo, hay quienes le achacan un delirio personal de grandeza, que se materializó en la boda de tintes regios de su hija Ana con Alejandro Agag en el monasterio de El Escorial, con la presencia de los Reyes.

´Cesarismo´

Aznar resistió el aluvión de críticas por semejante boato con la misma arrogancia con que afrontó las protestas populares multitudinarias por la catástrofe del Prestige o por su apoyo a la guerra contra Irak. La enfermedad del cesarismo , común en los mandatarios, había hecho metástasis en el presidente. Nadie se atrevía ya a llevarle la contraria.

A punto de dejar la Moncloa, Aznar puede presentar al menos un éxito que no le cuestionan ni siquiera sus detractores: la lucha contra ETA. En el terreno económico, los aciertos son más discutibles, según el cristal ideológico con que se mire. Del apoyo a George Bush, Aznar sólo ha conseguido, que se sepa, la inclusión de Batasuna en la lista negra de Estados Unidos y un par de contratos de Defensa para sendas empresas españolas. Aún está por ver el aumento de presencia española en organismos internacionales, que Bush le prometió en su primera visita a España, en junio del 2001.