Pocos dirigentes socialistas suscitan juicios tan dispares como Eduardo Madina. Para sus críticos, tiene un comportamiento demasiado volátil, carece del grado correcto de "simpatía" y se arruga cuando la coyuntura es difícil. Sus defensores lo ven como la gran esperanza del PSOE, el único que puede reflotar el partido, alguien "diferente", con un relato y una épica. Ponen como ejemplo de su carácter el que Madina (Bilbao, 1976) forzase que en este congreso, por primera vez en la historia socialista, los casi 200.000 militantes registrados en las filas del centenario PSOE puedan votar de forma directa al secretario general. Madina, que en el 2002 perdió una pierna cuando ETA puso una bomba en su coche, juega a todo o nada. Si gana, se da por seguro que se presentará a las primarias (aunque él de momento tira balones fuera ante esta pregunta); si pierde, no intentará un nuevo asalto. Y hasta ahora, cuando ha dicho que no, ha sido no. Nadie en el partido ha rechazado tantas ofertas en los últimos tiempos. Tras la derrota electoral en las generales del 2011, muchos (incluida la presidenta andaluza, Susana Díaz) lo consideraron la persona que garantizaba la unidad en el PSOE. Él contestó que ni había preparado una proyecto para ese reto ni tenía el estado de ánimo adecuado. Y a partir de aquí, nuevas propuestas denegadas: para ser portavoz en el Congreso, para liderar a los socialistas vascos, para convertirse en cabeza de lista a las europeas y para sumarse al proyecto de Carme Chacón, antes de que el pésimo resultado de los últimos comicios hiciera saltar por los aires todo el calendario orgánico del PSOE.

Tras concitar el apoyo de casi todos hace un par de años, Madina ha pasado a tener en contra a la mayor parte de los aparatos territoriales, salvo Extremadura y Asturias, que no se encuentran entre las federaciones más importantes.

Él, mientras tanto, no ha parado de volcarse en las bases durante esta campaña. J.R.S.