Ivan, Maya y Sergei son los tres delegados del Partido Socialista Búlgaro. Ni ellos ni Radomir y Alexander, que representan a la socialdemocracia búlgara, pueden reprimir un gesto de sincera envidia ante la magnitud que adquiere la unanimidad en el 36º congreso del PSOE. En su país se registró un hermoso periodo en que los congresos del partido único eran así, presididos por el heroico y legendario Dimitrov. ¡Tiempos aquellos!

En cambio, los militantes socialistas españoles se mueven escamados por los inhumanos pasillos del Palacio de Congresos de Madrid. Ni los más viejos del partido recuerdan tal sensación de armonía y de sincero acuerdo en torno a José Luis Rodríguez Zapatero, el líder que se ha vuelto, en tan sólo cuatro años, carismático. Lo que más les extraña a los búlgaros es que semejante estado de ánimo, semejante sueño de unanimidades y comuniones ideológicas se consiga sin que nadie resulte fusilado ante ningún paredón. Lo que más les extraña a los españoles es que no se haya producido ningún follón que altere la vida de la organización.

El secretario de Organización del PSOE, José Blanco, lo ha ido avisando durante los últimos días: se han acabado los "ismos" en el partido. O sea, que no hay visiones distintas que supongan la creación de potentes corrientes que pongan en cuestión la línea general del partido. ¿Por qué puede suceder eso? Pues, según Blanco, porque el partido busca ser la representación de los intereses de toda la sociedad y representa de veras a todos sus militantes.

Tufo a totalitarismo

Nadie se ha debido parar a pensarlo dos veces. Si alguien lo hubiera hecho, habría hecho sonar alguna campana de alarma. Tanta representación, tanta unanimidad echa un tufo a totalitarismo que encaja muy mal, peor que mal, con la tradición socialista de discrepancia interna y caos representativo. La mejor cualidad y el peor defecto del PSOE han sido siempre eso. Desde su fundación hasta el 35º congreso, el que elevó a Zapatero a los cielos.

Zapatero ha salido al estrado con la cartulina colorada de ese congreso. Y les ha dicho a sus rendidos conmilitones que se la ha guardado de recuerdo porque mil como ésa sirvieron para iniciar la nueva etapa que cambió el partido y cambió España. El trabajo de sus asesores de comunicación se ve por todas partes. Va mejor maquillado, de modo que el cuello no desentona con la cara, y no le cantan las pestañas. Y gesticula como él mismo, pero pasado por un tamiz. Ha perdido su rara naturalidad, mezcla de tímido envaramiento y seguridad en lo que hace, y se parece cada vez más a sí mismo; o sea, a lo que les gusta de él a sus asesores.

De manera que, una vez sacada la tarjeta, le ha dicho al respetable que se acuerda de cuando eligieron a "ese delegado de León" cuya mayor virtud era "ser como vosotros". De modo que Zapatero se ha revelado a sí mismo como el socialista medio.

El congresista medio

¿Será verdad eso? Los organizadores del congreso han dado unos datos, sin acompañarlos de cifras, que tienden a dar la razón a "ese delegado de León". El congresista medio del PSOE es varón, con estudios universitarios, tiene responsabilidades de carácter institucional, y 44 años. Se agita la mezcla, y sale Rodríguez Zapatero.

El ambiente de bostezo, propio de tanta felicidad en las almas socialistas puede, sin embargo, jugar a favor de la mala pasada. ¿Con qué se distrae uno en un congreso dominado por la autosatisfacción y los numerosos cargos institucionales que ocupan los delegados? En la inquietante pregunta puede que se encuentre el misterio del vertiginoso ascenso de Patxi López, líder de los socialistas vascos, hacia la comisión ejecutiva. Con López se envían mensajes al PNV, de acuerdo. Pero algo más: se avisan tormentas autonómicas.

Para sortearlas está Zapatero. "Ese delegado de León".