Habrá pleno y votación de investidura en julio sí o sí. Es la única certeza que, dos meses después de las generales, está sobre la mesa de una política española que, por ahora, renuncia a escribir con mayúsculas. Que sigue sin presidente, sin cintura para trazar pactos, sin Presupuestos y sin horizonte claro. La próxima semana se fijará fecha para la sesión. Poco más hay. Entre los partidos priman las negociaciones simuladas, los vetos, las posiciones supuestamente inamovibles, las amenazas de jugárselo todo a un solo intento, los amagos de repetición electoral, las presiones y la exhibición sin límite de la discrepancia. En este momento, las opciones de que España eche el cierre por vacaciones con cierta estabilidad cotizan a la baja.

Sus señorías han renunciado a abordar primero lo que une y a colocar el foco en medidas y reformas que la ciudadanía ansía más que el ruido que rodea a algunas reuniones: Albert Rivera renunció a ir a la Moncloa y Pablo Casado aceptó la invitación, aunque para decirle a su inquilino que busque otros caminos para ser reelegido. Eso sí, garantizó a Pedro Sánchez que el día después le dará «tranquilidad» al abrigo de pactos de Estado, en un intento de que se aleje del independentismo catalán.

EL DIÁLOGO CON PODEMOS

En la semana que termina también se han vuelto a ver Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, sin final feliz. El socialista pretende convertir a los morados en socios «preferentes», pactar un paquete legislativo y garantizar que se cumple lo prometido otorgándoles puestos «periféricos» del Gobierno y creando una comisión de seguimiento. Pero Iglesias está en otra pantalla más ambiciosa. Ni se mueve ni piensa hacerlo. O eso mantiene.

Tras cosechar un resultado modesto y convivir con una crisis interna que se alarga, exige un Gobierno de coalición al PSOE para hacer valer sus votos. Un sillón en el Consejo de Ministros alegando que todo lo demás es «humillar» a los podemistas, indispensables para hacer políticas de izquierdas. Ha puesto el listón alto y ha de elegir con sumo cuidado qué compromiso o propuesta acaba sometiendo al criterio de su militancia, hastiada de luchas cainitas y cada vez menos participativa.

Para el líder de Podemos, si no hay ministerios se incrementa la posibilidad de que su grupo vote no y todo por la «obsesión absurda» de Sánchez de disfrutar de un Gobierno monocolor. El PSOE lo ve diferente. Cree que su victoria fue lo suficientemente buena como para no ceder a ninguna coalición, sobre todo cuando la suma con Podemos no alcanza a la mayoría absoluta. ¿Se plantearía compartir Ejecutivo con Cs, con el que sí da la suma, si se aviniera a negociar con Sánchez? Incógnita sin despejar.

Albert Rivera se halla instalado en el no es no con tanta determinación, al menos, como hace unos años lo estuvo Sánchez ante Mariano Rajoy. El jefe de Ciudadanos insiste en que no dará su brazo a torcer pese a las presiones de propios y ajenos: ha invitado a excompañeros y miembros de la patronal y la banca a que funden un partido si quieren «que el sanchismo campe a sus anchas». Pero el líder socialista, que se sepa, tampoco le ha hecho una oferta atractiva para tentarle.

En los últimas días se insiste desde Podemos en que el presidente añora un acuerdo con la derecha y lo busca entre bambalinas. Podría ser, pero no hay rastro evidente de ello. Como tampoco de que el socialista tenga ya «armada» su investidura «con sus socios de siempre», como alega Cs y, a ratos, el PP.

El PNV no oculta su voluntad de acuerdo pero, como siempre, mantiene silencio sobre su decisión final. Su consigna es ‘primero que se mojen los demás’. ERC y EH Bildu buscan una posición conjunta, coquetean con la idea de no bloquear, pero sugieren que necesitan algo a cambio. «Un compromiso con el diálogo y la negociación», apuntan, sin poner más letra pequeña. Desde JxCat algunos de sus hombres fuertes, presos, reclaman la abstención.

Hay un salpicón de intenciones, pero ninguna conclusión a estas alturas que haga vislumbrar una investidura en julio que no sea fallida. Hay tiempo para variar el rumbo, aunque está por ver si hay voluntad de hacerlo sin adelanto electoral. España está pendiente. Europa, tensa. Los mercados, expectantes. Los Presupuestos esperan en un cajón, como reformas en materia de pensiones, laboral, financiación o urgencias sociales. El mandato ciudadano es pactar, pero los que tienen la responsabilidad de hacerlo se resisten a entenderlo.