El buque Aquarius vuelve a dejar en evidencia la lacerante burocracia con la que la Comisión Europea (CE) afronta la escalada migratoria. En el mar, 140 rescatados (43 son menores) con víveres como máximo para una semana esperan que algún país acuda a su llamada de socorro y les permita atracar. El Gobierno de Pedro Sánchez no ha tomado una decisión definitiva, pero es renuente a autorizarlo, a pesar de que el Ayuntamiento de Barcelona se ha ofrecido a recibir a los refugiados. Alega la Moncloa que «España no es el puerto más seguro porque no es el más cercano». El argumento es tan real como relativo, puesto que tampoco en junio, cuando se permitió su llegada a ValRncia, era el lugar más próximo.

Madrid mira de reojo a Francia, puesto que el barco lleva bandera francesa, y espera que Bruselas articule una respuesta rápida que, de momento, no llega. Italia, una vez más, saca pecho de su negativa a acogerles. Y mientras, en casa, el PP calienta el debate.

La situación pone en un aprieto a Sánchez por la mera comparación con su anterior decisión de permitir la llegada a España apelando a los derechos humanos. A diferencia de entonces, el contexto político interno está enmarañado: PP y Ciudadanos han radicalizado sus posiciones y agitan el miedo a una llegada masiva de inmigrantes. El miedo al auge de un clima social próximo a la xenofobia preocupa al Gobierno. Fuentes de la Moncloa admiten a este diario la «enorme preocupación» porque la línea dura de Pablo Casado y Albert Rivera fomente actitudes vinculadas a la ultraderecha con tintes racistas.

EN LA ENCRUCIJADA / Sánchez está, pues, en la encrucijada. Sabe que autorizar la llegada del Aquarius podría dar alas a las críticas radicales de PP y Cs. Sabe que negarle la entrada ahora implica cierta contradicción. Sabe que el entendimiento con Angela Merkel tras su encuentro en Doñana para priorizar las ayudas a Marruecos y contener el flujo de migrantes difícilmente cristalizará antes de otoño. Observa cómo el ofrecimiento de Barcelona para acoger a los desplazados pone más presión todavía sobre sus hombros. Y mientras, contempla entre la esperanza y la impaciencia cómo Bruselas intenta articular una respuesta concreta para el Aquarius a la espera de que se cuezan acuerdos de largo alcance.

En ese equilibrio precario, el Ejecutivo alega que España no es el puerto que aporte mayor seguridad, puesto que no es el más próximo. El Aquarius está entre las costas de Malta e Italia, pero ninguno de estos dos países quiere acoger a los desplazados, que provienen de Somalia y Eritrea.

FUERA DE ITALIA / El ministro del Interior de este último país, Matteo Salvini, denegó el permiso en un tono entre la agitación y la propaganda, jactándose de su firmeza. «Puedes ir a donde quieras pero no a Italia», escribió en Twitter. Mientras, la Comisión Europea se dice preparada para ofrecer «apoyo diplomático» y afirma que mantiene conversaciones con varios Estados miembros de la Unión para resolver el «incidente».

A la espera de lo que pueda decidir Bruselas, el PP propuso ayer que el Aquarius vaya a atracar a Libia. Considera el portavoz adjunto en el Congreso, Rafael Hernando, que ese país es «seguramente el puerto más cercano». El líder de Ciudadanos, Albert Rivera, pide al presidente del Gobierno una «estrategia seria» que supere las respuestas «marketinianas».

EN PEOR SITUACIÓN / Los inmigrantes fueron rescatados el sábado en dos operaciones en aguas internacionales coordinadas por Trípoli, que les deriva a países europeos porque, alega, no puede garantizar la seguridad de los desplazados en su territorio.

El presidente de Médicos Sin Fronteras (MSF), David Noguera, explicó ayer que el Aquarius cuenta con víveres para entre cinco y siete días y defendió el derecho de los rescatados a solicitar asilo en Europa. Advirtió de que la situación «es peor» que cuando atracó en Valencia el pasado junio.

Entonces, Sánchez permitió no solo el desembarco sino también un estatus especial a los 630 refugiados. Ahora, lamenta Noguera, no hay ningún barco de rescate de ONG más que el Aquarius en la zona y los buques mercantes «tienen miedo» de salvar a desplazados por si luego ningún país les permite atracar.

Por ello, el responsable de la oenegé qude opera en el Mediterráneo Médicos Sin Fronteras deja una reflexión abierta a los gobiernos europeos: «El corazón del debate no sé si es de refugiados o sobre migración, pero sí sobre humanidad».