La «España real» que Vox afirma machaconamente representar la forman actualmente apenas el 1,4% de los votantes según el último CIS, lo que extrapolado a la población equivale a 650.000 ciudadanos. Más que suficiente para que la extrema derecha española lograse ayer su primer gran éxito en décadas. El partido consiguió tras menos de cinco años desde su formación abarrotar el simbólico Palacio de Vistalegre de Madrid, donde antes el PSOE, Ciudadanos y Podemos protagonizaron actos también multitudinarios, con 10.000 personas dentro de la plaza de toros y, según sus estimaciones, 3.000 fuera.

Su presidente, el exdirigente del PP vasco Santiago Abascal, que hoy llama «derechita cobarde» a los populares y «veleta naranja» a Ciudadanos, lo dejó claro: los ultras ya no se esconden ni se avergüenzan de que les tilden de fachas, racistas, xenófobos, retrógrados, insolidarios, centralistas, franquistas o machistas. «Los insultos y sambenitos de Iglesias, Sánchez y Torra nos los ponemos como medallas en el pecho. Los progres no contaban con este miura de Vox que hoy ha saltado a Vistalegre», proclamó ante la euforia colectiva desatada.

La nueva derecha mezcló soflamas del pasado con estandartes del populismo ultra mundial liderado por Donald Trump. De este tomó el odio a las supuestas fake news de la prensa y el lema electoral que le llevó a la Casa Blanca («Haremos a España grande otra vez»). Y de sus homólogos europeos, la oposición a la UE.

Al tiempo, Vox apeló a la España imperial. Eso sí, cuidándose de no exhibir banderas preconstitucionales y de oponerse a la memoria histórica solo como una apelación a la «libertad de opinar del pasado lo que nos dé la gana». El PSOE «provocó la Guerra Civil», proclamó Abascal después de afirmar que España «salvó» a Europa del «avance islámico» por la reconquista y la batalla de Lepanto.

Lo que más enardeció a los asistentes fueron los constantes ataques al secesionismo catalán y propuestas como la suspensión de la autonomía, la detención de Torra y el resto de líderes independentistas, la ilegalización de sus partidos y la disolución de los Mossos d’Esquadra. «Que no vengan los ‘correctitos’ a decirnos que somos turbas de circo romano por gritar: Puigdemont a prisión”, jaleó. Solo la «invasión» de la inmigración ilegal («Los criminales suelen ser extranjeros») logró una exaltación igual.