La abdicación de Juan Carlos I debe considerarse un hecho histórico, no sólo por el hecho en sí, sino por la relevancia histórica de su protagonista. Una vez más, el monarca ha mostrado su compromiso con este país, su sentido de la responsabilidad y su capacidad de sacrificio personal por el interés de la nación.

La libertad y la democracia de la que gozamos en España no se entienden sin la intercesión del monarca en momentos clave de nuestra historia reciente, no sólo en la transición, también en la noche del 23 de febrero de 1981 y en otros momentos decisivos más recientes, lo que explica que haya más juancarlistas que monárquicos.

La Corona ha sido durante mucho tiempo la institución más valorada por nuestros compatriotas, ha sido fundamental para generar estabilidad y un referente en las relaciones internacionales.

NO DEBEMOS obviar que, hasta el último momento, ha desarrollado una importante labor como primer embajador de este país, lo que ha permitido que muchas de nuestras empresas haya salido al exterior apuntalando su internacionalización. Las relaciones personales del monarca han abierto muchas puertas que siempre ha dejado abiertas para el mayor beneficio de España.

Sin duda, atravesamos un momento de enorme dificultad económica y social, pero menor que la que el propio monarca se encontró en los años 70 del pasado siglo. Sin embargo, el Rey ha considerado que la institución requiere de un nuevo empuje que le conecte mejor y sea más útil para la sociedad actual española. Un gesto que engrandece todavía más su histórica figura.

Y NO ME CABE duda que Felipe, príncipe de Asturias y de Gerona, pues también es el heredero de la Corona de Aragón, está sobradamente preparado para asumir el reto del futuro reinado.

Por su amplia formación, acreditada capacidad, empatía personal y elevada consideración de la mayoría de la sociedad española. Ahora solo cabe esperar que las previsiones sucesorias se produzcan con normalidad, pese a los intentos de una minoría de acaparar un protagonismo que no les corresponde.

En un momento de grandes cambios, debe tranquilizarnos la garantía que supone el príncipe heredero en el camino de modernización de la monarquía y de la sociedad española.