Después de quemar el cadáver de su novio Pedro Rodríguez y antes de ser detenida por asesinarlo, Rosa Peral necesitaba hablar con Juan José L., su antiguo jefe en la Unitat de Suport Diürn (USD) de la Guardia Urbana de Barcelona. Para ella, algo más que un jefe.

Se citaron y aquel encuentro fue reportado por el servicio de escoltas de la Urbana, que durante esos días la seguían porque ella misma había solicitado su protección. La reunión fue en un centro comercial de la corona metropolitana.

Días después, Rosa fue detenida por el asesinato de su novio. Los Mossos arrestaron también a Alberto, amante de Rosa, y mano de derecha de Juan José L. en un grupo de la USD que, durante años, sembró el terror entre los manteros. La pregunta que sobrevuela ahora es si esa mano dura contra los vendedores fue demasiado lejos el 2014 y acabó con una vida, la de José Antonio González, que lleva tres años enterrado en Utrillas, bajo la versión oficial de Rosa, Alberto y el cabo Juan José, que explicaron que aquel día en Montjuïc un mantero falleció accidentalmente, al lanzarse de espaldas por un terraplén de 20 metros.

El juzgado de instrucción 31 de Barcelona ha reabierto esta causa e interrogará este viernes a los dos amantes porque estima que hay indicios para dudar de que fuera un accidente. Una presa, compañera de Rosa en Wad-Ras, ha declarado que esta le confesó que fue Alberto quien lanzó al mantero por el terraplén. Este diario descubrió en Utrillas que José Antonio González posiblemente ni siquiera era un mantero.

Un cabo violento

Juan José L. entró en la Guardia Urbana desde el Cuerpo Nacional de Policía (CNP) a través de una oposición interadministrativa. En el CNP había sido antidisturbios. Un pasado que le allanó el acceso a la Unidad de Policía Administrativa y Seguridad (UPAS), nombre que recibían los ya extinguidos antidisturbios municipales. De mano caliente, no tardó en destacar entre sus compañeros. Aunque, según explican cuatro agentes consultados por este diario, tenía una gran capacidad para esquivar toda acusación de mala praxis. La Urbana lo apartó de los UPAS a raíz de un incidente ocurrido el 17 de junio del 2011. Ese día el cabo formaba parte del dispositivo desplegado durante el asedio al Parlament, protagonizado por el movimiento del 15-M, el de 'los indignados'. "Abandonó su puesto y se marchó a tomar café con tres de sus hombres", explican.

El cabo, conocido como "cara bulldog" entre los okupas, un colectivo con el que también tuvo varios encontronazos, acabó destinado a la USD, una unidad que actúa los fines de semana con sede en la comisaría de la Zona Franca. "Lo he visto actuar durante 20 años, es un sádico", resume una fuente de este movimiento.

En la USD estuvo a cargo de un grupo que lideró la lucha contra el 'top manta'. Una misión que desempeñó a su manera y codo con codo con el agente Alberto, un policía de brazos musculados que, antes de ser detenido por el asesinato de Pedro, protagonizó varios incidentes graves contra los vendedores ilegales. En el 2011 fue juzgado y absuelto por agredir a un mantero en una estación de metro. En el 2012 fue condenado por golpear "innecesariamente" a un senegalés en la plaza del Duc de Medinaceli.

Un portavoz del sindicato de manteros los recuerda bien a ambos. "Siempre iban juntos". "Al jefe [Juan José L.] no solo le gustaba ordenar las cargas, también le gustaba pegarnos", asegura. Entre los ambulantes que se desplegaban en la zona del Maremagnum se tomó pronto conciencia de que durante los fines de semana los agentes de la Guardia Urbana actuaban de 'otra manera'.

Manteros en la comisaría

Un violento enfrentamiento en el paseo de Gràcia durante el verano del 2015, cuando la alcaldesa Ada Colau acababa de ganar las elecciones, acabó con la paciencia de los vendedores. "Se presentaron decenas de manteros en la comisaría de Ciutat Vella", recuerda un agente. Querían denunciar algo: "Los fines de semana hay un señor [el cabo Juan José L.] que nos pega y que se queda con el dinero sin darnos ningún resguardo". Desde el sindicato de manteros se confirma la protesta pero fuentes policiales admiten que no se investigó a fondo y, en consecuencia, tampoco se demostró nada.

A pesar de la polvareda que levantaba Juan José L. solo fue expedientado en dos ocasiones, por infracciones menores. "Es muy hábil escribiendo atestados, siempre encuentra la manera de escabullirse", explican fuentes policiales. La segunda sanción fue a raíz de una manifestación de la Hermandad de Antiguos Caballeros Legionarios de Barcelona en el 2016. Ese día, según subrayan fuentes municipales, "desobedeció" las indicaciones de su mando y escogió "ubicarse" -nuevamente- en una zona distinta de la asignada y, además, lo hizo "luciendo ostensiblemente una pulsera con la bandera española". Se le expedientó, remarcan las mismas fuentes, porque mostró la pulsera de un modo que "cuestionaba gravemente la imparcialidad que debe guiar a los policías".

La morena de la moto

Entre los aspirantes a policía de la promoción del 2006 en el Institut de Seguretat Pública de Catalunya (ISPC), había una joven "de ojos verdes" y "melena morena larga" que llamaba la atención. Acudía a la escuela conduciendo una motocicleta de gran cilindrada y se comentaba que había trabajado de gogó en discotecas de la Zona Hermética. Era Rosa Peral, "una belleza", le reconoce uno de sus compañeros de clase. "Tenía al tío que quería, y le gustaban los hombres duros, 'cachas'", recuerda.

Antes de graduarse, hasta la comisaría de la Urbana en Ciutat Vella, precisamente la que acabaría siendo su destino tras la escuela, voló un rumor sobre "una tía buena con pasado de gogó que iba para urbana". Cuando Rosa llegó, "parecíamos tontos", explica un antiguo compañero, para describir hasta qué punto les encandiló. Rosa tuvo varios amantes durante aquella época, relaciones que mantuvo paralelamente a la que tenía con el padre de sus dos hijas. Tras el caso de la pornovenganza -nueve años después ha sido absuelto el inspector al que Rosa acusó de haber divulgado una fotografía íntima-, pidió el traslado a la USD, y se integró en el polémico grupo del cabo Juan José L. y de Alberto. El cabo fue el único dispuesto a testificar a favor de Rosa en el juicio, aunque finalmente no lo hizo.

Juan José L. se prejubiló hace medio año y solo ha declarado por la muerte de Montjuïc como testigo, no estaba delante en el instante en que se precipitó. Rosa y Alberto, detenidos por el asesinato de Pedro, serán interrogados como investigados. Tal vez ahora -Rosa ya lo he hecho hablando con la compañera de Wad-Ras- den una versión distinta sobre cómo murió José Antonio González.