Carles Puigdemont era una piedra en el zapato de Cataluña salvo para un entorno político que propugna una insurrección de baja intensidad pero constante. Y si Alemania no le entrega a la justicia española, volverá a resurgir el "espacio libre de Bruselas" tan indeseable para algunos de los que, con una hipocresía rayana en el cinismo, han manifestado de maneras diversas el duelo por su detención el pasado domingo tras una operación conjunta de la policía germana, la española y el CNI.

Hasta que fue detenido, el de Amber resultaba incómodo para el PDECat, que ha tenido que pasar por sus particulares imposiciones. Para los republicanos, Puigdemont constituía el obstáculo para llevar adelante la corrección del proceso que propugnó Joan Tardá en este diario. Para la CUP el 'expresident' ha sido una mera excusa para la agitación y la propaganda, una figura instrumental. Y para el conjunto del independentismo, un resorte impeditivo para una cierta normalización. Pero intocable en todo caso porque acumulaba la épica del proceso secesionista y la falsa legitimidad del 6 y 7 de septiembre (la desconexión) y del 1 de octubre (el referéndum ilegal). Por eso, Puigdemont era tan incontestable como tóxico para la Cataluña que aspira a corregir el rumbo, disponer de un "gobierno efectivo", levantar el 155 y evitar nuevos reveses sociales y económicos como la suspensión de la Barcelona World Race, por poner un ejemplo.

Sin embargo, la hegemonía de los rituales independentistas ha querido exhibir un duelo generalizado por su detención y encarcelamiento en Alemania. A esa energía absorbente que impone el silencio al disidente o lo extranjeriza, no se ha sustraído prácticamente ni un solo ámbito social y político relevante. Desde el público del Liceu puesto en pie con gritos por la libertad y la República, hasta las grandes centrales sindicales en Cataluña. Había que cubrir el expediente y mostrarse indignado con el apresamiento del político fugado, por más que muchos de los dolientes de hogaño fuesen detractores antaño de un Puigdemont cuya funcionalidad política era decreciente desde muy poco tiempo después de escapar a Bruselas.

Pleno farisaico

El pleno del Parlament del pasado miércoles resultó especialmente farisaico. Reconocer el derecho de Puigdemont, Jordi Sánchez y Jordi Turull para ser elegidos presidentes de la Generalitat después de no haber tenido el bloque independentista las agallas de desafiar al Estado para hacerlo efectivo, constituye un auténtico sarcasmo. Esta es una insurgencia verbal, gestual, simbólica y, por lo tanto, falsa y falsificada. Pedir la libertad de los presos "políticos" en sede institucional es una forma de hipertrofia sectaria al utilizar el sistema institucional para agredir al Estado sin el más mínimo riesgo. Y no condenar la 'batasunización' de los denominados CDR forma parte de la inmensa frivolidad de los que se mantienen al borde del precipicio, sin el más mínimo propósito de despeñarse, pero tolerantes con una suerte de violencia callejera que mantenga en jaque de preocupación y tensión al Estado y a la propia sociedad catalana.

No hablemos del empresariado que cada día se muestra, siempre en privado, más alarmado por la deriva de los acontecimientos y que hasta el pasado domingo atribuía a Puigdemont la entera responsabilidad de lo que estaba sucediendo en Cataluña. Ahora toca de nuevo el silencio o la protesta políticamente correcta, con apariencia consternada por el apresamiento del expresident como si alguien, salvo sus irreductibles compañeros de lista, no supiera que con Puigdemont campando por sus respetos en Bruselas, la crisis en Catalunya no tiene solución.

Ignoro qué determinará la justicia alemana sobre la suerte de Puigdemont. Pero sí puede constatarse que el independentismo le ha despedido, sin esperar a que dictaminen los tribunales germanos, con un pleno parlamentario que ha servido a unos y a otros, incluidos especialmente los 'comuns', para echar su cuarto a espadas y dejar las posiciones políticas apuntadas por si el 'expresident' termina en Estremera. Ahora a lo que se está no es a mantener el duelo por Puigdemont sino a levantar el luto lo antes posible, formar un gobierno, y evitar nuevas elecciones. El independentismo convencional, verbal y gestual, quiere ser lo que el 'expresident' no le deja que sea: soberanismo pragmático, separatismo diferido 'sine die', regreso más o menos vergonzante al autonomismo perdido con Puigdemont. Pretende dejar atrás el proceso soberanista cuyo coste comienza a resultar insoportable tanto política, como económica y socialmente.

Credibilidad

¿Qué credibilidad podría tener esta sinfonía de lamentos por la detención de Puigdemont después de que los mismos que le lloran políticamente se han desdicho de la efectividad de las medidas separatistas que propiciaron en el pasado reciente? El gran destructor de la Catalunya autonómica, Artur Mas, no se cansa de desposeer al 'procés' de autenticidad convirtiéndolo en un muestrario de decisiones tácticas para presionar al Estado a negociar. Pues bien, desacreditado el 'procés' por los mismos que lo impulsaron, no hay buenos motivos para creer que la adhesión a Puigdemont no sea un capítulo más de la hipocresía políticamente correcta en una Cataluña a la que le sobran mesianismos y le faltan realismos.