La abdicación del Rey simboliza el fin de una época. El juancarlismo, asediado por los escándalos de corrupción, por sus cada vez más recordados vínculos con la dictadura, mostraba síntomas de agotamiento. Daba la impresión de que la propia monarquía se estaba convirtiendo en el mejor aliado de los defensores de la III República.

El momento elegido por el monarca para su abdicación afianza todavía más esa idea. Tras unas elecciones europeas en las que los partidos que sustentan el corrupto régimen monárquico han sufrido un histórico varapalo, tras el potente avance de las fuerzas que, desde posiciones de radicalidad democrática, ponen en cuestión el sistema, la abdicación añade más elementos de erosión a la actual situación política. Si unas municipales trajeron la II República, unas europeas pueden traer la III. Esta inesperada abdicación tiene más los tintes de una huida que de una decisión tomada en beneficio del propio régimen.

La restauración monárquica tras el franquismo se argumentó desde la excepcionalidad del momento histórico. No es esa la actual situación. La crisis no solo no es impedimento, sino argumento fundamental, para la profundización en los mecanismos democráticos de nuestra sociedad. La crisis de nuestras democracias se resuelve con más democracia, no con menos. La monarquía es un sistema obsoleto, incompatible con sociedades democráticas. Es contrario al espíritu democrático que la máxima institución del Estado tenga carácter hereditario. Por mucho que nos encontráramos, como dicen los hagiógrafos del régimen, ante un heredero preparado, lo que en absoluto es el caso, no es cuestión de preparación, sino de democracia. En una democracia real, todos los cargos institucionales deben estar sometidos a procesos democráticos. Mantener el carácter hereditario de la Jefatura del Estado es un insulto a la inteligencia y desprecio a la democracia.

No es casual que la frase por la que nuestro monarca pasará a la historia sea aquel famoso "¿Por qué no te callas?". Los presuntos demócratas llevan demasiado tiempo espetándosela a nuestro pueblo. No hay nada que incomode más a un monarca, y a la oligarquía que los sostiene, que un pueblo que habla. Es momento de hablar, en las urnas, para elegir jefe del Estado. Es momento de democracia. O, lo que es lo mismo, de república.