La muerte de Iñaki Azkuna ha dejado un enorme hueco en Bilbao y en la política vasca. Su estilo directo, su fuerte carácter y su determinación para transformar la capital vizcaína han sido sus principales señas de identidad, que ahora se convierten en su legado.

Nacido en Durango (Vizcaya) en 1943, ha fallecido aquejado de un cáncer de próstata que le fue diagnosticado 10 años atrás y cuyas complicaciones han ido minando su salud, incluidas varias intervenciones quirúrgicas. Pese al deterioro físico de las últimas semanas, no quiso dejar el cargo por un sentimiento de responsabilidad hacia los bilbaínos, mientras dejaba instrucciones de cómo deseaba que fueran los funerales. Incluso dejó preparado un mensaje póstumo: "Gracias a todos por haberme ayudado y soportado. Sois estupendos".

Mucho antes de llegar a la alcaldía de Bilbao en 1999, su actividad profesional comenzó como médico en el servicio de Radiología del Hospital de Cruces (Barakaldo), centro que llegó a dirigir en 1981. Su paso a la política tuvo lugar un año después, como director de Hospitales de la Consejería de Sanidad. Posteriormente pasó a ser viceconsejero y más tarde director del Servicio Vasco de Salud, Osakidetza, con José Antonio Ardanza como lendakari. Un año después el lendakari le nombró consejero-secretario, y en 1991, consejero de Sanidad, cargo desde el que asentó el actual sistema sanitario público vasco.

Su gran pasión

Sin embargo, su pasión fue siempre Bilbao. Incluso antes de llegar a la alcaldía defendía la necesidad de convertir a la capital vizcaína en un referente internacional en materia turística. Esta visión fue la que le guió durante los cuatro mandatos que encadenó, cada vez con mayor número de votos. Siempre conseguía más apoyos en Bilbao que los que obtenía el PNV en elecciones no municipales. Y es que supo capitalizar la transformación urbanística y social de la villa en los últimos años, que comenzó con la llegada del inicialmente cuestionado museo Guggenheim.

Después, llegarían otras obras emblemáticas, como el metro de la ciudad, el Palacio Euskalduna, Abaindoibarra, la Torre Iberdrola, y más recientemente, el nuevo San Mamés y los renovados accesos a la ciudad. Y lo más meritorio es que logró afrontar la modernización de Bilbao con las cuentas municipales saneadas, lo que le permitió convertirse en uno de los pocos alcaldes españoles que podía presumir de tener la deuda a cero.

Mejor alcalde del mundo

Estos méritos le valieron para ser nombrado en 2012 como Mejor Alcalde del Mundo por la Fundación City Mayors, y para ser elegido año tras año como uno de los políticos mejor valorados de Euskadi. Supo mantener siempre una línea propia, alejada del dogmatismo, lo que le llevó enfrentarse en varias ocasiones con la dirección del PNV. Tanto es así que Xabier Arzalluz le consideraba uno de los "michelines" de los que debía desprenderse el partido. Por ejemplo, cuando el PNV suscribió la Declaración de Lizarra-Garazi en 1999, que dio lugar a una tregua de ETA, fue uno de los pocos responsables de su partido que se negó a seguir la consigna de iniciar pactos con la izquierda aberzale.

Conflicto con Bildu

Una de sus últimas polémicas tuvo lugar el mes pasado, y le enfrentó, una vez más, con los representantes de Bildu, que le reclamaban que retirara unos retratos de alcaldes franquistas de las paredes del consistorio. Azkuna les replicó que "hay que respetar la historia", y que no iba a aceptar "lecciones de democracia" de la coalición independentista.

El regidor también será recordado por su defensa de las costumbres bilbaínas más arraigadas, y por su incuestionable afición al Athletic.

La música, la ópera y la literatura del siglo XIX, eran sus otras pasiones, y en más de una ocasión confesó que su rincón favorito de la ciudad eran los Jardines de Albia.