Se dice que la Oda a la Alegría de Schiller, a la que Beethoven puso la música inmortal que hoy en día es el Himno Europeo, inicialmente se tenía que llamar ‘Oda a la Libertad’. El poeta, parece ser, entendió que la libertad solo tiene sentido como puente hacia la alegría y la felicidad humanas. Y como es natural en una oda a la alegría, en el poema de Schiller abundan las referencias a la hermandad y la amistad. No es, de hecho, una casualidad que la fraternidad forme parte del famoso trilema republicano: la libertad y la igualdad son efímeras si no reposan sobre una mínima cordialidad fraternal, como por desgracia nos demuestran tantas experiencias revolucionarias fallidas.

Creo que en los tiempos que nos han tocado vivir es más importante que nunca recordar esta lección: no hay República sin fraternidad, y la fraternidad solo puede nacer de nuestra capacidad de hacernos amigos de aquellas personas de las que discrepamos. No se trata de que suprimamos la discrepancia sino de que, en el calor del debate, no olvidemos nunca aquellos puntos que nos unen de manera más sólida: los que nacen de la decencia y la bondad que habita en el corazón de la mayoría de las personas. Las figuras que de forma más clara encarnan las esperanzas de nuestra especie son las que supieron combinar su oposición innegable a la injusticia con su amor hacia todos los seres humanos. Incluso hacia los que les oprimían, y ya no digamos hacia los que simplemente discrepaban de ellos. Gigantes morales como Gandhi, como Luther King, como Rosa Parks o, en nuestro caso, como Lluís Companys.

Por eso quiero decir, y decirlo bien alto, que soy amigo de Joan Herrera. De Justo Molinero o de Eugenia Parejo. De Jaume Asens. Y de Gemma Ubasart. Y de Jordi Évole. Y me gustaría que Joan Manuel Serrat o Elisenda Alamany llegaran a contarme entre sus amigos, algún día. No importa cuánto discrepen de mí en muchas cosas, comenzando por la valoración que puedan hacer sobre mi acción política y gubernamental, la cual reivindico con orgullo. Yo también discrepo de muchas de sus posiciones políticas; profundamente, a veces. Pero cuando estas personas critican la represión contra el republicanismo, cuando piden una solución política al conflicto entre los Gobiernos catalán y español, no puedo ver más que amigos. Especialmente cuando en muchos de sus entornos esto no suma puntos, precisamente. Por eso, cuando mi equipo me comenta insultos que estas personas reciben crónicamente por parte de algunos independentistas, simplemente no salgo de mi asombro.

ACTITUDES REPROBABLES

Creo que estas actitudes son reprobables por simple ética, pero también porque nos alejan de la República. Por suerte o por desgracia (y yo creo que por suerte), el contexto geopolítico y social en que se mueve el independentismo catalán hace imposibles cualquier camino hacia la República que no transite por vías estrictamente pacíficas. Y no hay camino pacífico hacia la República si la inmensa mayoría de la sociedad catalana no siente, por parte del independentismo más militante, un aliento fraternal que salte por encima de las discrepancias políticas. Cuando Ciudadanos intenta provocar tensión alrededor de elementos emocionales, como por ejemplo los símbolos, sabe lo que hace. Sabe que su única esperanza de victoria se encuentra en imposibilitar la cordialidad y los buenos sentimientos entre el republicanismo y las personas que discrepan de él, o que particicipan del mismo de alguna forma pero no de la forma mayoritaria. Sabe que, como decía Thomas Paine, “el tiempo y la razón cooperan”, y que la única forma de romper esta cooperación es mediante el fomento de aversiones irracionales entre personas decentes.

Por eso, en estos tiempos turbulentos, hace falta que todos y todas hagamos el esfuerzo de ver la bondad y la parte de razón del otro. En unos meses, otras personas y yo mismo seremos sometidos a un juicio injusto en el que ya se nos ha condenado de antemano. Los que quieren apuntalar el régimen del 78 al precio que sea internarán convertir la ocasión en una explosión de odio irracional. Nuestra labor es impedirlo. Convertir los meses que vendrán en una demostración de dignidad serena. En una proclama que diga que nos enfrentaremos al odio, pero que no odiaremos. Que ni nos someteremos a la injusticia ni a las bajas pasiones. Que no renunciaremos a la libertad ni a la amistad. Que conseguiremos la República haciéndonos dignos del sueño fraternal de Schiller.