Carles Puigdemont optó hace medio año por desencadenar el huracán 155 para no ser repudiado por botifler cuando ya tenía decidido triturar la llamada Declaración Unilateral de Independencia (DUI) y convocar elecciones en Cataluña. La presión del ala dura del independentismo le echó al monte pese a haber abrazado in extremis el pragmatismo. Ahora el líder de Junts per Catalunya, pendiente de veredicto judicial en Alemania, se halla de nuevo emparedado entre las pulsiones a favor de la desobediencia o el efectismo de un Govern que cierre la etapa de la intervención del autogobierno que la DUI abrió. En este contexto, en el que nadie quiere aparecer como traidor, los posconvergentes ejecutan ahora su enésima carambola: vuelven durante una semana a la casilla imposible de la investidura de Puigdemont (el 14 de mayo) para poder ganar tiempo y apaciguar mientras tanto la mar arbolada interna y externa que les impide consensuar al candidato viable.

El desenlace de la investidura catalana continúa en el aire a 15 días de que se convoquen unos comicios que nadie dice desear pero que nadie puede descartar. Sin embargo, detrás de los nuevos fuegos artificiales que se vieron ayer sábado en Berlín se oteaban chispazos que indican que habrá plan d sobre la bocina del 22 de mayo, fecha tope para elegir president. El portavoz de JxCat en el Parlament, Eduard Pujol, dejó entrever el plan para estas próximas dos semanas. En la primera, la que empezará mañana lunes, Puigdemont tratará de mantener la tensión con el Estado amagando con un desafío abocado al fracaso, a pesar de que a principios de semana tenía decidido apartarse definitivamente. La siguiente semana, el grupo independentista se plantea desempolvar el plan b, es decir, Jordi Sànchez, tan inverosímil como el anterior, pues el exlíder de la ANC se ha topado con el muro del juez Pablo Llarena en sus continuos intentos de ser excarcelado, o de que al menos se le autorizase acudir al Parlament.

Será con el plazo en sus estertores cuando las huestes de Puigdemont desvelen por fin el nombre del, en este caso sí, nuevo presidente o presidenta de la Generalitat. «Si todos los intentos son imposibles, se abrirá la puerta a una nueva alternativa, lo que ustedes [refiriéndose a los medios de comunicación] llaman el plan d», reveló Pujol en la sentencia hasta ahora más nítida en boca de un dirigente de JxCat de que existirá tal plan. Y añadió se trataría de un «president provisional». Según los posconvergentes, todo jefe del Govern que no sea Puigdemont será transitorio y sin «legitimidad», pues esta recaería en el president depuesto. Precisamente ese rol meramente simbólico es el que está haciendo encallar la búsqueda del candidato plausible. El nombre de Elsa Artadi ha pasado esta semana de sonar con mucha fuerza a dejar paso a otros como los del vicepresidente primero del Parlament, Josep Costa, o el exalcalde de Cerdañola del Vallés Antoni Morral, exmilitante de ICV.

A todos ellos se podrían sumar hasta cuatro nombres más: Marta Madrenas (alcaldesa de Gerona), Marc Solsona (alcalde de Mollerusa), Quim Torra y Laura Borràs. Los perfiles son muy distintos porque los escollos son también múltiples. El PDECat pone objeciones a los aspirantes más fieles a Puigdemont, mientras que difícilmente la CUP, aferrada por ahora al expresident, podría avalar a los candidatos de perfil más liberal. ERC aguarda la propuesta definitiva rechazando nuevas elecciones y apuntalando su nueva brújula: adiós a la vía unilateral, hola al realismo.

Pero la enésima finta de JxCat obligará a los republicanos, concretamente a Roger Torrent, a lidiar con la patata caliente. El Tribunal Constitucional ya ha apercibido a la Mesa del Parlament de las consecuencias de tramitar cualquier iniciativa destinada a investir a Puigdemont. En esa tesitura se encontrará esta próxima semana, corregida y aumentada cuando el mismo tribunal suspenda cautelarmente la reforma de la ley de la presidencia con la que el independentismo pretende legalizar la investidura a distancia de Puigdemont.