Con 23 cadáveres a sus espaldas, Idoia López Riaño, la Tigresa , se ha ganado a golpe de pistola el título de terrorista más sanguinaria de ETA. Hasta su detención en 1994, su principal problema era tener el gatillo demasiado fácil. Ahora sigue mostrando un carácter igual de frío y desafiante, pero ante la justicia. Como ayer mismo, cuando se burló del fiscal jefe de la Audiencia Nacional, Eduardo Fungairiño, cuando era juzgada junto a Santiago Arróspide, Santi Potros , por el asesinato frustrado del expresidente del Tribunal Supremo Antonio Hernández Gil, en 1986. "¡Para que nos saquen en la BBC!", alzó la voz para justificar su negativa a decir ni palabra.

La Tigresa (San Sebastián, 1964) se refería a la comparecencia de Fungairiño del pasado jueves ante la comisión del Congreso que investiga los atentados del 11-M en Madrid, donde el fiscal jefe manifestó que no sabía nada de la furgoneta hallada en Alcalá de Henares el mismo día de la masacre porque no veía la televisión, salvo los documentales de la televisión pública británica. Con todo, Idoia López Riaño estuvo ayer comedida, porque en juicios anteriores era casi siempre expulsada de la sala tras amenazar al tribunal.

Seductora de ojos verdes

De padres salmantinos, la Tigresa inició su carrera criminal en ETA en 1984, en el comando Oker , cuando asesinó a sangre fría al ciudadano francés Joseph Couchot, a quien la banda terrorista acusaba de pertenecer al GAL.

En aquella época, junto a las pistolas, empezó a utilizar su otra arma: la seducción. Sus grandes ojos verdes, su estatura, su melena rizada y su vestimenta moderna no pasaron desapercibidos a un guardia civil del cuartel de Intxaurrondo, con el que colisionó en un pequeño accidente de tráfico. Hicieron un parte amistoso, que dio inicio a un romance de varios meses, el primero de los que mantendría después con otros miembros de los cuerpos de seguridad del Estado.

En 1986 se integró en el comando Madrid , donde tuvo su etapa más sanguinaria con el asesinato de 20 guardias civiles y militares. Su indisciplina y debilidad por las discotecas la enfrentaron a sus compañeros. En el cajón de una cómoda de un piso franco coleccionaba fotos de sus conquistas. La policía intentó detenerla en la discoteca Cobre, una de las que más frecuentaba. El cebo era un joven agente de paisano, pero la etarra no mordió el anzuelo.