Ahora que, fuera del poder, quedan menos prebendas a repartir, hacerse con un hueco en la dirección del partido proporciona una confortable tranquilidad mientras se despeja el incierto futuro. La inquietud sobre el destino de esos cargos que forman el cuerpo del PP se percibe en el innumerable número de corrillos que nacen como setas en los pasillos del Ifema.

Casi todo el día de ayer fue una sucesión de conciliábulos, grupitos de populares haciendo cábalas sobre quién se llevaría el premio, la pedrea y hasta el complementario en la lotería de la nueva dirección. De los nombres elegidos suelen dependen muchos adláteres, afines, fieles y otras yerbas. A todos ellos Rajoy les ha llevado estos días al borde del ataque de nervios.

Los dos métodos

El método de Aznar para estos menesteres era sin duda vacilón, representado en el cuaderno azul en el que guardaba los nombres de sus ministros. Pero su sucesor es tan o más cruel. El método Rajoy de elaborar la dirección, como contaba ayer un afectado, funciona como sigue: en lugar de telefonear primero a los elegidos como hacía Aznar --se debía sentir tan magná- nimo...--, Rajoy lo hace al revés. Llama primero a los que piensa despachar. Te suena el móvil, ves en la pantallita que es el jefe y experimentas una ligera levitación, hasta que Mariano te suelta lo de "verás, lo siento, pero..."..

Tenemos, por tanto, a medio congreso conspirando, un tumulto de alcaldes, diputados, concejales, candidatos, muchos de ellos con el ex delante, mientras en la sala de actos otros líderes leen plúmbeos discursos a los que nadie atiende. Y eso que los oradores proporcionan perlas que brillan con luz propia. Vale la pena reseñar alguna. Por ejemplo, cuando Dolors Nadal suelta que "no se puede ser San Jorge e irse de copas con el dragón". Jaume Matas sorprende al auditorio con este ripio irrepetible: "Mariano Rajoy, más partido; ZP, estás perdido". O, mejor aún, el desenfado del murciano Valcárcel al reconocer que forma "una pareja de hecho" con el valenciano Camps. Habría quedado así de lo más progre , pero enseguida se arrepintió y dejó claro que Isabel y Charo, sus respectivas señoras, estaban por allí para atestiguar su hombría. Con todo, la declaración de Valcárcel va más allá de la ponencia del PP, que aboga por "regular las nuevas formas de convivencia", sin especificar si se refiere a las parejas de la Guardia Civil o al dúo Pimpinela.

Estas disgresiones proporcionaron distracción al compromisario medio hasta que, a media tarde, se dieron por zanjadas maquinaciones y conjuras. Las cartas estaban echadas, con Rajoy a punto de revelar su nuevo equipo. Algunos augurios no eran propicios a la renovación: Aznar acababa de vender 500 ejemplares de su libro en media hora. 17 por minuto.

La avidez de los populares por escuchar a Rajoy resultaba conmovedora. Era la oportunidad para convencerse de que es el nuevo guía, de que el PP está vacunado contra los líderes de transición.

Sobredosis galleguista

Pero Rajoy eligió un tono de excesiva modestia. Empezó dando muestras de aguantar menos presión que Camacho con la inconfesable revelación de que a punto estuvo de tirar la toalla a la primera de cambio. Y siguió con una excesiva dosis de carácter gallego: Que si "yo soy como soy y qué le vamos a hacer", que si "ya sabéis cómo soy", que "ya se sabe lo que ya se sabe" o "las cosas son como son". Enigmas insondables combinados con íntimas confidencias: "Yo tengo innumerables defectos". O demostraciones de buen rollo: "No he tenido nunca ningún problema serio con nadie y, si lo he tenido no me acuerdo; por tanto, no lo he tenido".

Cierto que el respeto en las formas y la modestia son valores en alza a tener en cuenta por los nuevos líderes populares frente a prepotencias pasadas, que diría Ruiz-Gallardón, pero también es verdad que los militantes llevan ya mucho tiempo despidiéndose de Aznar. Ayer, en el PP, había hambre de líder, pero Rajoy se empeña en mantenerles a dieta.