La de ayer fue una sesión --perdón por el tópico-- histórica. Por primera vez, un expresidente del Gobierno comparecía ante una comisión de investigación parlamentaria para responder por su gestión. No cualquier expresidente: el protagonista era el mismísimo Jose María Aznar, martillo de herejes, amigo de los Bush y profesor de Georgetown. Un currículo intimidante.

El carácter del compareciente hacía presagiar una sesión incendiaria. Pero no saltaron las llamas. O no tanto como se esperaba. Ataviado de camisa blanca de cuadros y traje azul, Aznar logró mantener durante la mayor parte de las 11 horas de comparecencia un tono contenido, de calculada serenidad. Hubo que esperar al último tramo del interrogatorio --el más largo de la historia parlamentaria-- para que floreciera el Aznar de siempre, el de los latigazos y andanadas.

Fiel a sí mismo

Eso en cuanto a las formas. En el fondo, Aznar fue siempre fiel a sí mismo. Dijo todo lo que quería decir, agitando sin parar el dedo índice. Con voz sedosa que enronqueció al final de la sesión, afirmó que los autores del 11-M buscaban un vuelco electoral en España. Denunció una conspiración político-mediática para echar al PP de la Moncloa. "Usted miente", "demuestre lo que dice", espetaba a los portavoces que pretendían acorralarlo.

"Es un frontón", manifestó resignada Uxue Barko, del Grupo Mixto, a varios periodistas tras intentar envolver a Aznar con un interrogatorio tipo Perry Mason .

"¿Era usted el presidente del Gobierno el 11 de marzo del 2004", comenzó la diputada navarra. Aznar quedó unos instantes descolocado y dijo: "Señoría, estoy en una comisión parlamentaria, no en un concurso de televisión".

Barko enunció una larga lista de altos cargos policiales e iba preguntando al expresidente si conocía a cada uno. "¡Pasapalabra!", gritó el que fuera jefe de gabinete de Aznar, Carlos Aragonés.

Más de medio centenar de diputados del PP, entre ellos seis exministros, arroparon al gran jefe en su comparecencia. Con la notable excepción del presidente del partido, Mariano Rajoy, estaba toda la cúpula popular. Los demás grupos estaban representados en exclusiva por sus comisionados o, en el caso del PSOE, por un par de extras más.

Ovaciones y mofas

Por órdenes superiores, la bancada popular no practicó el hooliganismo . Mantuvo un obediente silencio, que sólo rompió en pocas ocasiones para ovacionar a Aznar o mofarse de la oposición. Por voluntad propia o por petición de Mariano Rajoy, el expresidente no desempeñó esta vez el papel de Atila, sino de estadista mundial.

Bebió Aznar mucha agua y también Coca-Cola. A la una, tras cuatro horas de interrogatorio, pidió un receso y fue --perdón-- al mingitorio. Hacia las cinco de la tarde, un piadoso vecino se presentó en las puertas del Congreso con un plato de cordero para Aznar, pero no halló quien se lo recibiera. El expresidente aguantó sin probar bocado hasta el final de la sesión, cuando degustó unas raciones de jamón y queso regadas con Ribera del Duero.

El regalo

Del Congreso se llevaba un regalo muy peculiar: el libro El cas Carod , que le regaló Joan Puig, de ERC, para que valore, dijo, la virtud de dialogar. "Sé que a usted le gusta leer", dijo el republicano. Aznar, que asaetó sin contemplaciones a Josep Lluís Carod-Rovira, dijo que hará "lo posible" por leerlo.

En el exterior, dos concentraciones. Una, de 60 personas, portaba una bandera de España y una pancarta: Aznar, España contigo . En la otra, unos 40 jóvenes esgrimían manos de cartón teñidas de rojo y un cartel: Aznar responsable . Entre los dos grupos, una decena de agentes policiales que, por fortuna, ayer actuaron de floreros.