Sería la bomba que el nuevo rey español hubiera emulado al rey de Bután. No al actual, sino al anterior. En su discurso de coronación, el 2 de junio de 1974, Jigme Singye Wangchuck, primer monarca constitucional del país, estableció el concepto del FIB (Felicidad Interior Bruta), «mucho más importante», subrayó, que el Producto Interior Bruto (PIB). Y es así como los 600.000 y pico habitantes de Bután, un montuoso y liliputiense reino encajonado entre los gigantes de la India y China, viven y conviven en paz pendientes, se supone, de una idea budista de la felicidad.

Coronaciones de esta naturaleza merecen ser recordadas. Se alejan de la tesitura corriente en esta suerte de acontecimientos: si montar grandes fastos reverenciales o apostar por la austeridad. La cuestión en Bután fue otra, la escurridiza felicidad, que no viene garantizada con la sangre azul.

Es sabido que la reina Isabel II de Inglaterra consideró el periodo más feliz de su vida «cuando solo era una esposa naval», por aquello de que su marido, el duque de Edinburgo, formaba parte de la Royal Navy británica. Cuidaba a su marido, a sus hijos, y tan feliz, hasta que su padre, el rey Jorge VI, se murió repentinamente. Ella tenía solo 27 años aquel 2 de junio de 1953 en que se sentó en el trono, en la primera coronación televisada de la historia celebrada en la abadía de Westminster. Hubo 8.000 invitados y 3 millones de británicos se lanzaron a la calle. Isabel II lleva hoy más de 60 años con la corona en la cabeza y está a uno solo de superar a la reina Victoria para convertirse en la más longeva. Se diría que ahora es feliz en Buckingham Palace.

El rey con más tiempo en la poltrona es Bhumibol Adulyadej, de Tailandia, quien agarró las riendas de su país el 5 de mayo de 1950 con una evocación a la felicidad. «Prometo reinar con honradez para beneficio de la felicidad del pueblo». A la vista de las protestas masivas actuales el pueblo no parece muy contento, pero el rey es altamente popular.

En Camboya, Norodom Sihanoni, un amante del baile clásico, se coronó el 14 de octubre del 2004 sin pasar por el altar, esto es, soltero y sin compromiso. «Quiere a las mujeres como a sus hermanas», dijo su padre. Norodom pidió una ceremonia de perfil bajo. No quiso que un país corto en recursos malgastara dinero en su homenaje.

Todo lo contrario que el sultán de Brunei, quien accedió al trono en el año 1967, aunque la coronación no tuvo lugar hasta el año siguiente. Este sultán acumula hoy una fortuna estimada de 20.000 millones de dólares (unos 14.680 millones de euros) y reside en un súper palacio de 1.800 habitaciones (no son 18, ni 180, sino 1.800; que no haya dudas). La suntuosidad en la coronación cabe darla por descontada en este caso. Y él, feliz, se supone.

En las llamadas Friendly islands, en Tonga, un reinado de la Polinesia compuesto de 176 islas, donde según el márketing en boga dice que todo el mundo es simpático, reina desde el 2012 Tupau VI. El rey de Tonga recibió de la nobleza del país, en el día de su coronación, más de un centenar de cerdos, miles de cestas de hojas de coco y millones de parabienes. Tiene que ser tanto o más feliz que el rey de Bután. Fijo.