Una abstención de récord. Ya fuera por el miedo al contagio, por las adversas condiciones meteorológicas, por las disuasorias imágenes de colas en las calles, por un comprensible sentimiento de hartazgo ante el bloqueo de la situación política o por simple desinterés, la realidad es que casi la mitad de los 5.368.881 catalanes con derecho a voto optaron por desentenderse de las elecciones que decidían la composición del 'Parlament' y, de forma indirecta, el próximo presidente de la Generalitat. La cifra de participación, un triste 53,56%, casi 26 puntos menos que hace tres años y dos meses, es la más baja jamás registrada en unos comicios autonómicos desde la restitución del autogobierno catalán. Un fracaso democrático en toda regla pese a la seriedad y la consistencia de los atenuantes.

Las encuestas publicadas en las últimas semanas que adelantaron pronósticos de participación (no todas lo hicieron) habían augurado porcentajes que iban del 54% al 62%. En esta ocasión, hasta los cálculos más agoreros pecaron de optimismo y el número de votantes hizo una regresión en el tiempo para situarse por debajo incluso de las cifras de los primeros años 90, aquellos días del oasis catalán en los que Jordi Pujol encadenaba victorias sin despeinarse ante la indiferencia general y los expertos peroraban sobre conceptos como el voto dual o la abstención diferencial para justificar la tradicional desmovilización del electorado socialista en las elecciones autonómicas.

Un regreso al abismo

Los comicios de 1992 tenían hasta ahora el dudoso honor de encabezar el ránking del abstencionismo. En aquella convocatoria, que brindó a Pujol su tercera mayoría absoluta consecutiva, acudieron a las urnas el 54,87% de los electores. Un abismo al que Cataluña solo se había vuelto a asomar en los tiempos del segundo tripartito (56,77% en 2006) y que parecía definitivamente olvidado desde que la puesta en marcha del 'Procés' polarizó a la población y espoleó la movilización en cada cita electoral.

No se puede decir que los precedentes más inmediatos no nos hubieran dado un aviso nítido de los efectos de la pandemia sobre la participación. En las elecciones al Parlamento vasco celebradas el pasado 12 de julio, cuando la situación de alerta sanitaria parecía haberse relajado un tanto, apenas el 50,78% de los votantes potenciales decidieron ejercer su derecho. Por no citar el caso de las recientes presidenciales en Portugal, que hace tres semanas movilizaron a solo el 39,49% del electorado.

El 'Govern' resta importancia

El 'conseller' Bernat Solé, titular del Departamento de Acción Exterior, Relaciones Institucionales y Transparencia, se remitió precisamente a estos ejemplos en una de sus comparecencias para tachar de previsible y normal el descenso de la participación en un contexto de pandemia. Y destacó que en Cataluña las expectativas venían de alguna manera condicionadas por la a todas luces extraordinaria movilización que se registró en los anteriores comicios autonómicos, en diciembre del 2017, cuando se llegó a un máximo histórico del 79,09%.

Actuando como portavoz del 'Govern', Solé restó importancia a la conquista del récord de abstenciones, que atribuyó exclusivamente a la situación de emergencia sanitaria, y quiso, en cambio, agradecer a toda la población su comportamiento ejemplar y el ejercicio de civismo del que hizo gala durante toda la jornada. Al margen de los resultados electorales, la ciudadanía de Catalunya también ha ganado, declaró el 'conseller' de manera algo teatral y más bien poco convincente.

Un desplome compartido

El importante desplome de la participación fue común a las cuatro circunscripciones, aunque hay que hacer constar que los descensos resultaron un poco más acusados en Barcelona, que pasó de un 79,32% a poco más del 53,5% y en Tarragona, donde solo se emitieron el 50,41% de los votos posibles.

Vendrán ahora días de abrir en canal los datos de la abstención y diseccionarlos hasta el último detalle para intentar dilucidar no solo sus causas sino también, y sobre todo, el efecto que han tenido en los resultados de unos y otros. Y, por supuesto, quedará abierto el debate sobre qué habría pasado si se hubiera mantenido el aplazamiento electoral. Promete ser apasionante (bostezos).