El corto espacio de tiempo que separa las recientes elecciones generales de las europeas, autonómicas y municipales del 26 de mayo, una circunstancia sin precedentes, provoca que los partidos no anticipen grandes cambios en esta nueva convocatoria. Más allá de que algunos electores de circunscripciones pequeñas optaran por el voto útil en las legislativas, los resultados que se esperan serán similares. Pero algunos líderes se juegan más que otros. Sobre todo, Pablo Casado, después de pasar el PP de 137 escaños a 66.

Su partido le ha dado una tregua con la esperanza de que su forzado giro al centro y la posibilidad de pactos en algunos territorios le permitan sobrevivir como jefe de los populares una temporada más larga, pero dependerá del escrutinio. Y de la suerte de sus principales adversarios del centro-derecha y la derecha: Albert Rivera, que le pisa ya los talones en lo que a apoyos se refiere, y Santiago Abascal, que intenta arrastrar al PP al extremo del tablero político, allá donde sería capaz de intentar un sorpasso más tarde o temprano.

Ciudadanos sale al terreno electoral con el objetivo de cosechar más poder territorial del que tiene, un fin sencillo para una organización que se siente fuerte tras su escalada en las generales. Además ya ha decidido trabar pactos a diestra y siniestra tras estos comicios, lo que amplía sus posibilidades. Unidas Podemos, con sus aliados allá donde ha logrado conservarlos, intentará no empeorar aún más un marcador que no le fue especialmente propicio en las generales. Pablo Iglesias consiguió a duras penas salvar los muebles y ahora quiere no empeorar las cosas para poder presionar a Sánchez en su afán de entrar en el Gobierno central.

Vox, desde la extrema derecha, aspira a seguir en la champions política, a ser decisivo para que algunas autonomías y municipios queden en manos de la derecha y, sobre todo, a lograr nota en el escenario europeo, donde organizaciones hermanas le esperan con los brazos abiertos.

LOS SOCIALISTAS

Sánchez, en cambio, encara este proceso en su mejor momento: los socialistas, incluidos los barones que tanto hicieron para defenestrarlo, quieren que se implique todo lo que pueda en estos comicios. Cuando los presidentes autonómicos del PSOE vieron los resultados de las elecciones andaluzas del pasado diciembre, se echaron a temblar. Temían pasar por lo mismo que Susana Díaz, forzada a abandonar la Junta tras el pacto entre el PP, Cs y Vox. Ahora, en cambio, no lo ven tan negro. Creen que las generales, donde Sánchez obtuvo un triunfo inapelable, han aumentado sus posibilidades de reelección, tras haber logrado arrebatar en el 2015 al PP importantes comunidades gracias a la alianza con Podemos.

También hay signos inquietantes, según admiten en la dirección socialista. El principal tiene que ver con Vox. El partido de ultraderecha no logró ningún escaño en varias circunscripciones pequeñas el 28-A, pero en las autonómicas sí tendrán representación. De repetirse los resultados de las legislativas, la derecha podría sumar en Aragón, Extremadura y Castilla-la Mancha, territorios ahora gobernados por el PSOE, de tal manera que el año del encumbramiento de Sánchez coincidiría con la caída de los líderes territoriales del partido. Ese escenario daría un balón de oxígeno fundamental a Casado para salvarse por la mínima, aunque Rivera piensa ir a por todas.

Todo esto es una posibilidad real, aunque no definitiva, confían en la dirección socialista. Primero, porque la derecha está ahora peor, tras su derrota global en las generales. Y después, porque esta vez su capacidad de pacto es más amplia, al no haberles puesto Ciudadanos un cordón sanitario como hicieron los naranjas con Sánchez.