Aunque sabe que solo es el aperitivo de la legislatura, Pedro Sánchez ha convocado con rapidez a los líderes de los partidos españoles (de mayor a menor y con exclusión de Vox). Su relación con Pablo Iglesias es otra cosa, pero recibiendo primero a Pablo Casado, el líder de la oposición, y luego a Albert Rivera, el líder de Ciudadanos que ha subido escaños, Sánchez ha querido rebajar el clima de gran crispación de los últimos meses y de la campaña electoral. Tomar el pulso a las dos derechas y tomar nota de sus divisiones.

Quizás por ser el zarandeado (ha perdido la mitad de sus votos y diputados), el líder del PP ha sido el más receptivo y el que ha tenido más tiempo y un mejor trato formal. Pablo Casado ha modulado bastante su tono porque sabe que los excesos de los últimos meses (lo de felón y traidor a España) no le ha sido rentable y además dentro de su partido le piden más moderación.

Flota en el PP cierto sentimiento de culpa por el pecado aznarista y un inicio de nostalgia de Mariano Rajoy. Casado sabe que un mal resultado en las municipales, autonómicas y europeas puede ser su tumba y necesita recuperar algun kilo de moderación. Por eso incluso se abrió a que algún grupo constitucionalista se abstuviera en la investidura de Sánchez para evitar forzarle a pactar con separatistas, pero curiosamente no reclamó ese papel para el patriótico PP sino para Cs. Voluntad de bajar la crispación o intento -algo infantil- de que Cs abandone el club de la derecha. De momento, mas bien lo segundo.

Rivera mereció menos tiempo