Sigue siendo amigo de Pablo Iglesias?», le preguntaban a Íñigo Errejón horas después de renunciar a las siglas de Podemos para las elecciones de Madrid. Silencio. «Me gusta pensar que sí», respondía él al cabo de unos segundos. Y añadía: «Pero estamos en tareas que dificultan la conciliación de los afectos y, a veces, de las lógicas políticas». Es importante este último matiz, porque durante mucho tiempo esgrimieron su relación afectiva como argumento para restar trascendencia a sus enfrentamientos cada vez más fuertes, cada vez más públicos.

Lo cierto es que Iglesias empezó a desconfiar de Errejón hace mucho tiempo. Diferían en el camino hacia la victoria. Él fue relegando a sus afines, hasta que terminó por arrinconar al propio Errejón. El hoy aliado de Manuela Carmena fue el ideólogo de la primera campaña de Podemos a las europeas, en las que cosecharon un éxito mayor del previsto. Sin embargo, sus propuestas estratégicas no fueron tenidas en cuenta después. Errejón fue partidario de permitir el pacto PSOE-Cs para no repetir las elecciones, era contrario a la suma con Izquierda Unida y llegó a la conclusión de que la dureza de Iglesias daba miedo a muchos electores. Hace ya meses que sus peleas televisadas provocaban estupefacción a propios y extraños. No se puede funcionar a «golpe de corneta», decía Errejón. «En las primarias de Madrid, ni media tontería», advertía Iglesias. La cuerda se tensó demasiado.

Golpe a la imagen

Es comprensible que el líder de Podemos se haya sentido traicionado por su viejo amigo, que le avisó muy pocos minutos antes de cuáles eran sus intenciones con la candidatura autonómica. Quizá por eso Iglesias acepta que Teresa Rodríguez o Manuela Carmena se presenten con una marca propia a las elecciones y Errejón, no. El golpe a la imagen del partido es terrorífico. Si el actual cabeza de lista de Más Madrid no confía en Podemos, el partido que él mismo fundó, ¿por qué tendrían que hacerlo los ciudadanos? Si en Podemos, donde conocen muy bien a Errejón, no se fían de él para que les represente al mando de una confluencia más, de las muchas que hay ya, ¿por qué tendrían que hacerlo los votantes? En mi opinión, la ciudadanía penaliza tanto la división interna, como la traición. Si finalmente Podemos presenta a otro candidato en Madrid, ni el designado ni Errejón van a poder confrontar con nadie más. Es lo que se deduce, después de oír a Pablo Echenique ironizando con que no deja el escaño porque de algo tiene que vivir hasta mayo...

En definitiva, Podemos ya es un partido como los demás. Ya tiene sus luchas de poder, sus apestados, sus indisciplinas territoriales y sus decisiones por el «aquí mando yo». Lejos quedan ya las asambleas y la toma en consideración de los inscritos, a quienes se les preguntó por el chalé del líder, pero nadie les ha consultado sobre si se sienten representados por Errejón o prefieren presentar un candidato alternativo. El partido solo tiene cinco años, pero está envejeciendo francamente mal.