La precampaña sigue su curso. En plena resaca de la huelga feminista y en vísperas de conmemorar el 11-M (con Vox recuperando del baúl de los recuerdos y de la mano de su presidenta en Madrid, Rocío Monasterio, las teorías conspiranoicas) y horas antes de que la Junta Electoral decida si el Ejecutivo puede seguir adelante o no con los viernes sociales hasta las elecciones, los candidatos siguen acumulando mítines en sus agendas. El líder de Ciudadanos, Albert Rivera, celebró uno de gala ayer en Madrid, donde fue proclamado candidato a La Moncloa tras vencer con el 97 por ciento de los votos en unas primarias sin rival y escasa participación. El acto estuvo dedicado en gran medida a su persona y a sus aspiraciones -avisa que esta vez quiere cargos en el gobierno, no sOlo pactos- pero sin olvidar el puñado de críticas que diariamente le dedica a Pedro Sánchez a quien se ha comprometido a no apoyar, junto al resto de su Ejecutiva, tras el 28-A.

Desde Galicia, el aludido le reprochó ese «cordón sanitario» que le quieren imponer los naranjas en un momento en que los socialistas apelan a la «España moderada, cabal y sensata» para poder sacar adelante proyectos que quedarán guardados en un cajón tras una legislatura convulsa. El de la eutanasía, por ejemplo, como subrayó ante la militancia gallega. El caso es que el uno y el otro se dedican continuamente mensajes electorales, reservando apenas unos segundos para quien es en realidad el jefe de la oposición, Pablo Casado.

La estrategia, buscada por los naranjas con toda intención y aprovechada por el PSOE para desgastar, sin casi mencionarlo, a quien a priori partía como su principal rival, trae de cabeza a los populares, que intentan que su líder ocupe el espacio político y mediático que creen que debería corresponderle. Ayer fue el propio presidente del PP quien retó a Sánchez a celebrar un debate electoral cara a cara. Según Casado, toca un tú a tú televisado entre ambos para hablar de propuestas y para que el jefe del Ejecutivo confirme si quiere seguir en La Moncloa con apoyo de Podemos y de los independentistas.

Ante esto, el entorno del aspirante socialista juega a ningunear a Casado, ofreciéndole que primero se ponga de acuerdo con Rivera y con Santiago Abascal, de Vox, sobre cuál de los tres ha de enfrentarse a Sánchez en un debate como representante del bloque de derechas. Al PSOE le interesa colocar al jefe de los populares al nivel de Abascal y solo le concede individualidad a Rivera aunque sea para criticarle pero al que, obviamente, se mira de reojo pensando en acuerdos futuros y cruzando los dedos para que cambie de opinión sobre el veto tras el 28-A.

Sánchez sigue repitiendo que aspira a tener un resultado lo suficientemente amplio para no tener excesivas dependencias y, a partir de ahí, buscar alianzas con unos y con otros para impulsar iniciativas. A su juicio, solo en una España «incluyente», en la que no se vete, es posible «avanzar» y «no retroceder». «O cabemos todos o no cabe ni Dios», apuntó en La Coruña recordando la letra de una canción de Victor Manuel. Las encuestas le son propicias y le señalan como ganador de las generales. Pero desde hace unos años en que el bipartidismo español perdió su hegemonía, una cosa es ganar y otra, gobernar. La fórmula de la moción de censura parece difícil de repetir: Podemos se desinfla, según la demoscopia. Los independentistas catalanes, por su lado, van a ponerlo más difícil todavía en el Congreso radicalizando sus candidaturas y, en el caso de ERC, formando grupo con EH Bildu, entre otros.

En este contexto se explica el llamativo juego electoral que se traen PSOE y Ciudadanos, que se necesitan. Los socialistas, para adelgazar cuanto puedan al PP con el objetivo de que no sumen lo que llaman las tres derechas valiéndose de una exigente ley electoral. Los de Rivera, para marcar perfil como abanderado de la lucha antiindependentista al castigar a Sánchez por sus hipotéticos coqueteos con ese mundo, intentando así recuperar voto de derechas que tenían hibernando y evitar fugas a Vox.