En una época repleta de sorpresas políticas en España, pocas lo han sido tanto como esta. El PSOE cosechó este domingo en Andalucía el peor resultado de su historia y está a las puertas de despedirse de la Junta tras 36 años en el poder, si el PP, Ciudadanos y Vox logran pactar una investidura.

Las mejores expectativas de los socialistas, dentro del realismo, eran estas: ellos lograban el primer puesto a mucha distancia del resto, obteniendo cerca de 45 diputados, con los populares en segundo lugar y los naranjas y Adelante Andalucía (la plataforma de Podemos e IU) disputándose el tercer y cuarto. La suma de socialistas y morados quedaría según esta versión cómodamente por encima de los 55 escaños, donde se sitúa la mayoría absoluta en el Parlamento andaluz.

Pero el recuento de este domingo dio un resultado radicalmente distinto: el PSOE, con el 98,76% de los votos escrutados, obtuvo solo 33 escaños, 14 menos que en los anteriores comicios, en marzo del 2015. Los socialistas han pasado de un 35,4% de apoyos a un 28%. Todavía ocupan el primer lugar, pero se quedan muy lejos de llegar a la mayoría absoluta con Adelante Andalucía. La iniciativa, ahora, es del PP, Cs y Vox.

Un resultado así, tan devastador para los socialistas, viene a aumentar la sensación de inestabilidad de Pedro Sánchez, que ahora mismo es incapaz de aprobar los Presupuestos Generales del Estado y al que el PP y Ciudadanos exigen día sí, día también que convoque elecciones. A partir de ahora lo harán con todavía más fuerza.

Con todas las reservas, estas elecciones se han presentado como el primer test de las generales, cuya fecha sigue siendo una incógnita. Hasta el momento, Sánchez insiste en que quiere culminar la legislatura, llevándola hasta el 2020, pero admite que si ERC y el PDECat no apoyan las cuentas públicas tendrá que "acortarla".

Lo que ocurrió este domingo tendrá importantes efectos en el ánimo del Gobierno. Perdida Cataluña hace años, Andalucía era el principal pulmón de los socialistas. Ahora ya no lo es. O no tanto. Sánchez encara las elecciones autonómicas y municipales de mayo del próximo año en una situación complicada.

Sánchez es un dirigente con fama de inescrutable, un líder al que le gusta tener en ascuas incluso a sus más cercanos colaboradores. Así que nadie en su círculo se atreve a asegurar qué hará a partir de ahora, pero todos los pronósticos se dirigen en la misma dirección: el presidente del Gobierno no convocará a corto plazo, sino que esperará hasta después de mayo, intentando aprobar por el camino las iniciativas más sociales de su pacto presupuestario con Podemos, como la subida del salario mínimo interprofesional y la revalorización de las pensiones conforme al IPC. Gana peso la hipótesis de que no habrá generales en la primera mitad del próximo año.

Una presencia escasa

Debido a su apretada agenda internacional (ha cruzado el Atlántico tres veces en dos semanas), Sánchez, a diferencia de Pablo Casado y Albert Rivera, apenas ha hecho campaña en Andalucía. Solo ha estado en un par de mítines junto a Susana Díaz. La candidata, la gran perdedora de esta jornada, ha desarrollado una campaña puramente andaluza, no como el PP y Ciudadanos, cuyos mensajes han estado repletos de menciones a la inmigración y las relaciones entre Sánchez y los independentistas catalanes. Este enfoque permite a la dirección socialista argumentar que lo ocurrido no es imputable al secretario general, pero la marca que él representa cotiza a la baja.

Los socialistas, y en especial los andaluces, no eran optimistas a media tarde. Una de las palabras más repetidas por los dirigentes consultados era "miedo". Temían sacar un resultado por debajo de las expectativas. El PSOE señalaba que podía caer más allá de la cuarentena de representantes, debido principalmente al reparto de los restos, a que Podemos y Ciudadanos están ahora mucho más fuertes y a la irrupción de Vox. La baja participación (cuatro puntos por debajo del 2015) daba más argumentos para el pesimismo. Pero nadie, ni siquiera los más agoreros, se esperaba esto.