El 1-O se vivió en el Palau de la Generalitat una suma de realidades. Por ejemplo, en el último piso del noble edificio, el Govern ubicó a una veintena de 'hackers'. Ellos fueron la infantería en la guerra digital que se mantenía con el Estado. Una estrategia que se combinaba, por ejemplo, con un 'call-center' ubicado en Londres que es el que respondía las dudas que asaltaban a quienes controlaban los colegios electorales. En ese 1-O hubo, incluso, tiempo para la táctica. A medida que avanzaba el reloj y se hacía evidente que habría grueso electoral suficiente como para dar unos resultados y que, una vez hechos públicos, servían para proclamar la independencia, quien más quien menos empezó a echar cálculos sobre qué día sería el señalado para pasar a la historia.

La primera batalla que se libró fue la de la proclamación de los resultados ese mismo día. Hubo dudas y debate entre partidarios y detractores de ir quemando rápidamente etapas en el camino a la DUI. Finalmente, pasada la medianoche (mucho más tarde de lo que es habitual en unas elecciones al uso), Oriol Junqueras, Jordi Turull y Raül Romeva dieron a conocer el escrutinio, aunque rápidamente se hizo saber que no eran los resultados oficiales. Estos tardaron cinco días más, hasta el viernes. De nuevo, mucho más tarde que unas elecciones al uso, sobre todo cuando no había en este caso un voto por correo por escrutar.

Ahí radicó una de las claves de lo que vendría, la desilusión del público independentista: "Una vez perdida la oportunidad [de proclamar la independencia] las 48 horas posteriores al 1-O, todo lo que pasó después ya no tenía importancia. No hay procesos de revolución en diferido. Las revoluciones se consolidan en las primeras horas”, razona el líder de Demòcrates y diputado, entonces, de Junts pel Sí, Antoni Castellà.

REUNIÓN SABATINA

A todo esto se fijó el pleno del Parlament de aceptación de los resultados, y eventual proclamación de la independencia, para el martes 10 de octubre. Dos días después de la mayor manifestación españolista celebrada nunca en Barcelona. Precisamente, el sábado, es decir, en la víspera de la concentración, en la sede del Govern, PDECat, ERC, la CUP, Òmnium y ANC ultimaron la declaración de independencia que debía de leerse y votar a las 48 horas. Los anticapitalistas salieron, horas después, del edificio con un acuerdo cerrado y nada más les fue comentado hasta el día de autos.

Ese mismo domingo y, sobre todo, el lunes, España se movilizó. Los poderes económicos y empresariales, sobre todo aquellos de raíz catalana, empezaron a ejercer una presión sobre el Executiu para que no llevara a cabo la declaración unilateral. Los ejecutivos y empresarios que se pasan más de media vida yendo y viniendo a Madrid con el puente aéreo buscaron interlocución con el Govern.

Un destacado miembro del Gabinete de Puigdemont les afeó que hubieran estado callados durante todos estos años de ‘procés’, en lugar de tratar de buscar la interlocución tanto del Gobierno central como del autonómico, y que, en cambio, justamente en ese momento salieran a la luz exigiendo soluciones a tan solo una de las partes.

Llegado el día de autos, convertido el Parlament en un plató de televisión internacional porque ese día, sí, el mundo miraba a Cataluña, las cosas no sucedieron conforme lo planeado. Tras posponer el inicio del pleno, el nerviosismo empezó a cundir. Puigdemont comunica a ERC, una hora y media antes de la hora fijada para el pleno, que va a declarar y de inmediato dejar en suspenso la independencia. La 'DUI interruptus' o la 'DUI con 'paradinha'.

La decisión no gustó a los republicanos, que habían abogado o bien por frenar la DUI antes del pleno o bien, si se llegaba a la sesión parlamentaria, ser coherentes e ir hasta al final. En la reunión del sábado se había acordado ir hasta el final. Menos margen tuvo la CUP, que, para su sorpresa y pese a lo pactado, recibió la llamada de Puigdemont apenas 30 minutos antes del inicio del pleno.

LA 'FAKE NEWS'

Fue entonces cuando el entorno inmediato de Puigdemont dejó caer que la demora se debía a que el 'president' había recibido una llamada de una posible mediación. Este entorno se puso en contacto con la ACN, agencia pública de noticias, y le pasó la 'nueva'. Se especuló, incluso, con que el interlocutor fuera Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo. Según fuentes conocedoras, nada de eso fue cierto. Fue un pretexto inventado para justificar la marcha atrás.

Luego vino la declaración de los ocho segundos, el enfado monumental de la CUP y de muchos sectores del independentismo. Pero, ¿por qué no se declaró la independencia aquel día, si no había intermediación en marcha y los ojos del mundo se centraban en el Parlament? Castellà da una posible explicación: "Nos engañaron, porque no había interlocutores para la mediación. Por tanto, llego a la conclusión, y es humano, de que proclamar la independencia inmediatamente tras el 1-O dio vértigo".