Cuando 20.000 simpatizantes del Partido Popular quieren algo, pues van y lo hacen. Poco más o menos fue así como explicó José María Aznar el motivo último por el que había convocado un mitin cuando ya ha terminado la campaña electoral y además su partido ha perdido las elecciones. "Estos días me han preguntado por qué hacíamos este mitin", comenzó el jefe del Gobierno en funciones en su más puro estilo de hombre normal. "Pues porque queremos", contestó en el tono autoritario con el que zanja a menudo sus razonamientos.

Más o menos eso fue el mitin de ayer. Un cruce de frases de aliento, de intentos de quitarle hierro a la derrota, de instrucciones para mantener la dignidad en la oposición. Todo ello aderezado con unos consejos de Aznar al futuro presidente, en plan sobrado, del tipo: "No es lo mismo ir en la pancarta que asumir una responsabilidad".

Entre terapia y aquelarre

Pero fue, sobre todo, un aquelarre. Una sesión gigante de terapia. Nada mejor para quitarse las penas que señalar un culpable. Así que esas 20.000 almas, con el corazón partido pero la garganta en forma, expulsaron sus demonios con estos pareados: "Grupo Prisa, España no se pisa". O en versión todavía más rupestre: "Polanco, la Ser, España es del PP".

Hacer un mitin del PP en Carabanchel tiene sus riesgos. El mayor, que la militancia se desorienta. Primero hay que saber que es un barrio obrero, de casas abigarradas. Y que al carecer de grandes avenidas es difícil aparcar tanto coche oficial sin sufrir atascos. Luego hay que entender que, si se opta por el metro, es poco recomendable comentar a viva voz los problemas del servicio o los planes para ir a esquiar en Semana Santa. Porque entonces los obreros y los inmigrantes hispanohablantes que comparten vagón del suburbano se fijan. Pegan la oreja y les acaban mirando con una mala cara que para qué. Una vez dentro de Vistalegre --la misma plaza de toros multiusos en la que el socialista José Luis Rodríguez Zapatero fue proclamado candidato a la Moncloa hace casi cuatro años-- la masa se distribuye jerárquicamente.

Albero y moqueta

En la zona del albero, convenientemente enmoquetada, sillas y sillas para los altos cargos. Todavía de pie, esperando el mitin, se cruzan apretones de mano y palmaditas en la espalda. "Mira, el director general de Costas. ¡Vamos a saludarle!" Y llega la pregunta, la más repetida: "¿Y tú, qué vas a hacer?" ¡Señor, cuánto paro habrá dentro de un mes!

Por fin llega Aznar, con Ana Botella, seguidos a dos metros por Mariano Rajoy. El candidato perdedor está de cumpleaños, pero es el matrimonio Aznar el que acumula más besos. Rajoy afirma en el estrado que le falta cada día menos "para ser presidente del Gobierno". Y Aznar, con la experiencia del que ha visto recintos mucho más pequeños y hasta con sillas vacías, se recrea durante varios minutos en la ovación cerrada de los miles de simpatizantes.

Es su despedida. Luego echa mano del Quijote y suelta la moraleja del día: "En peores nos hemos visto, amigo Sancho". Y se va sin felicitar a su escudero en el día de su aniversario.