En un día en el que el éter se llenó de mensajes de despedida a Alfredo Pérez Rubalcaba, muchos destacando su inteligencia y su sentido de Estado, también hubo lugar para la política de bajos vuelos. El juego del gato y el ratón que protagonizaron ayer Quim Torra y el Rey en el Salón del Automóvil Barcelona divirtió a los que lo presenciaron, pero quizá desentonó en una jornada marcada por la muerte del principal estratega del socialismo español de los últimos 40 años.

No es que Felipe VI y Torra, quien hace casi un año anunció un boicot a los actos organizados por la Casa del Rey, no se saludaran. Pero el presidente de la Generalitat hizo todo lo que pudo por escenificar su malestar por tener que compartir espacio con quien, sobre todo desde su discurso del 3 de octubre del 2017, se ha convertido en la bestia negra del independentismo.

Torra no lo recibió con el resto de autoridades a las puertas del pabellón que albergó el almuerzo conmemorativo por los 100 años del salón automovilístico, ni tampoco participó en el besamanos posterior. Esperó dentro, inquieto, junto a la tarima donde iba a tener lugar la foto de familia, y allí se dieron la mano sin mediar palabra.

Tampoco hablaron durante la comida, aunque por asuntos del protocolo estaban sentados a la misma mesa. Como esta era de diámetro considerable, y estaban sentados uno frente a otro, tuvieron fácil seguir ignorándose durante el encuentro.

Las circunstancias habían provocado que los dos se quedaran solos como principales representantes institucionales. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anuló su asistencia para seguir desde Madrid la evolución del estado de salud de Rubalcaba. En cuanto a la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, estaba preparando el debate electoral que iban a mantener por la noche los candidatos a las municipales, y en su lugar participó en el acto el gerente municipal, Jordi Martí. Como ya estamos en campaña, no hubo discursos ni del Rey ni de ningún representante político. Felipe VI sí estampó su firma ante todos los asistentes en el libro de honor del salón.

El Rey correspondió al feo inicial de Torra con un desdén borbónico, secundado por la mayoría de los dirigentes de las empresas automovilísticas que los acompañaron en su paseo posterior por la Feria de Barcelona. La situación fue en ocasiones cómica: Felipe VI llegaba al espacio ocupado por alguna marca y, junto a la ministra de Industria en funciones, Reyes Maroto, recibía explicaciones sobre los nuevos modelos de coches.

EXPLICACIONES POR TURNOS

El presidente catalán esperaba pacientemente unos metros más atrás, hablando con sus colaboradores y con una cara de creciente hastío, hasta que llegaba su turno. Y entonces era él quien se interesaba por las prestaciones de tal o cual vehículo, o por la imparable implantación del motor eléctrico.

Este juego continuó durante bastante tiempo. El Rey se maravillaba con el nuevo Carmen, de la recuperada Hispano Suiza y Torra lo hacía minutos después. El Rey transitaba a paso ligero entre los pabellones para visitar los modelos de Nissan; Torra llegaba algo después, acompañado de la consejera Àngels Chacón y resignado a escuchar explicaciones de segunda mano.

Felipe VI y el presidente de la Generalitat habían empezado su paseo por los estands de la Feria de Barcelona a las cuatro de la tarde. A las cinco, después de ver los Maserati, Torra se hartó y dio esquinazo al Monarca sin despedirse. Y entonces se marchó a la Ciudad de la Justicia, a dar apoyo a los procesados por impulsar el referéndum del 1-O, donde a buen seguro se sintió mucho más cómodo y donde tuvo tiempo de reflexionar de lo ridículo que había sido su intento de desplante al Rey.