Mariano Rajoy, el que siempre se ha definido como un señor de provincias que llegó a presidente del Gobierno tras subir todos los escalones de la política, se despidió ayer de su partido. Lo hizo sin decantarse ni por Soraya Sáenz de Santamaría ni por Pablo Casado, sus potenciales sucesores, más allá de las interpretaciones que puedan hacerse de las entrañas de un discurso en el que mostró orgullo por lo hecho desde el Ejecutivo.

«Quiero que sepáis que considero un honor ser militante del PP y que seguiré siéndolo siempre […]. Me aparto, pero no me voy. No podría. He dejado mucho más de media vida en este partido. Seguiré con vosotros, aportando lo que se me pida por el bien de nuestro partido. Lejos de los focos y de la primera línea, pero siempre a disposición de todos. Y desde luego, seré leal. Y todos sabéis que yo sé lo que es ser leal», enfatizó.

Entre los más de 3.000 presentes en el auditorio no estaba José María Aznar -quien un día señaló a Rajoy como delfín sin más criterio que el suyo propio- para escuchar esas palabras. No fue invitado por tratar con «desdén» al PP, según los organizadores del cónclave. No pudo por tanto presenciar cómo se aplaudió a Rajoy durante más de cinco minutos, en pie, con lágrimas, obligándole a subir en un par de ocasiones al escenario para transmitirle un calor que, todo hay que decirlo, sobrepasaba lo metafórico.

La «lealtad» a la que se comprometía Rajoy marcaba una línea imaginaria ante todos con Aznar, que actualmente no se siente militante de ningún partido (eso dice) y que se fue de su organización, pero no se apartó del camino del político gallego y le puso más de una piedra en el camino hasta el último día, por no compartir parte de sus criterios, de sus políticas o la elección de sus colaboradores.

Eludió Rajoy esos espinosos asuntos. Dijo adiós con agradecimiento y emoción contenida. Bastante más de la que gusta exhibir un hombre sumamente tímido poco dado, como recordó, a las «alharacas», que hizo esta vez una excepción para agradecer ante todos a su mujer, Elvira Férnandez, Viri para todos, el modo en que ha llevado estos años las ausencias de un político entregado a la causa.

También abogó por no caer en populismos o por buscar complacer siempre. Echó la vista atrás para pedir a los suyos que se aferren y disfruten de ejercer la política, una profesión «noble», señaló en una alocución donde sus disgustos con la corrupción, que terminaron por sacarle de la Moncloa con una moción de censura, no tuvieron cabida. Es más, él subrayó que le daba serenidad haber terminado de esa forma y no porque los votantes le hubieran dado un vuelco en las urnas o le hubieran empujado sus propios compañeros de filas.

Reivindicó Rajoy su legado, recordando a un partido algo desorientado tras la salida abrupta del poder que debe defenderlo con orgullo, porque eso es también «defender a España». Se mostró orgulloso de su gestión de la crisis económica; del valor de no pedir un rescate a Europa; de su negativa a moverse ante ETA y de su apuesta por la defensa de la ley en Cataluña.

Cataluña

«Hemos tenido que enfrentarnos a algo que no había ocurrido en 40 años de democracia: la declaración de independencia de una región española. Le hicimos frente. Nosotros. El Gobierno y el PP y a todos os doy las gracias porque todos me apoyasteis en aquel momento […]. No era fácil porque exigía aunar la firmeza con la prudencia y con la necesidad de no interrumpir la gestión de los asuntos públicos en Cataluña. No era fácil, pero supimos arbitrar fórmulas para hacerlo y se hizo bien, como reflejan los hechos», recalcó.

Antes que Rajoy se despidió del auditorio Cospedal. Deja de ser secretaria general del PP y, en un discurso plagado también de reivindicación de éxitos electorales en la última década afirmó irse con la conciencia tranquila; pidiendo perdón si había molestado a alguien y aconsejando unidad una vez finalice el congreso por el bien del partido.