La mañana del 11 de noviembre de 1998 la catedral del Salvador de Zaragoza, popularmente conocida como La Seo por ser el nombre que recibían las catedrales en Aragón, abrió sus puertas después de estar cerrada desde 1988 como consecuencia de 23 años de obras, a las que me tocó poner gozoso fin como director general de Patrimonio. Fue un momento histórico, pero quizá no solo por cerrar muchos años de obras, causantes que una generación de aragoneses no conociera su interior, sino también por haber estado presidido por el rey de España, Juan Carlos de Borbón.

Los que vivimos aquella jornada junto a nuestros Reyes y al presidente Santiago Lanzuela, muy interesado en recuperar la dimensión aragonesa del título del heredero real, entendimos que el Rey había querido reconocer con su presencia la dimensión más aragonesa de la Seo: el espacio para que nuestros monarcas se coronaran, bautizaran e incluso se casaran. La dinastía aragonesa, originada en el siglo XI, seguía presente en el interés de su descendiente por conocer, disfrutar y vivir, aquel momento histórico demostrando que, como titulaba la exposición que allí se presentaba, la Seo seguía siendo en puertas del tercer milenio un espacio real en el que nuestro monarca se movía feliz y satisfecho.

Se interesó por el altar donde los reyes eran reconocidos como tales por los aragoneses, recordó sus visitas cuando vivía en Zaragoza, e incluso enseñó la foto de su nieto Froilán, recuperada del bolsillo de la americana como cualquier abuelo, camino de la contemplación de los tapices, donde la Reina demostró conocimiento y pasión por el arte. Salieron por la puerta grande, aclamados por todos y con la gratitud de los aragoneses que entendían que aquel era un cariñoso guiño a nuestra larga historia.

Pero, eso no fue todo. Después de comer, con esa frugalidad que preside siempre la mesa de la reina, se abrieron las puertas de la Cartuja de Aula Dei inaugurando el paso directo a la iglesia, para contemplar las pinturas del maestro Goya. Para recibirlos estaban los cartujos que protagonizaron momentos excepcionales, liderados por aquel monje que solicitó permiso a la "señora Reina" para pedirle una cosa. Cuando doña Sofía asintió y todos temblaron ante el riesgo de aquello, el cartujo le preguntó si podía darle un beso de agradecimiento por muchas cosas. El beso se posó en la mejilla de la Reina, ante la mirada emocionada del rey Juan Carlos. Hoy, cuando el cartujo ya no está en Aragón, España es como aquel monje agradeciéndole al rey Juan Carlos muchas cosas que la historia valorará muy positivamente.