Hace justo un año, el 3 de octubre del 2017 a las nueve de la noche, Felipe VI alzó la voz contra la «deslealtad inadmisible» de la Generalitat de Cataluña por haber organizado el referéndum unilateral del 1 de octubre. Con un tono rotundo, el Monarca reclamó al Estado que asegurara el «orden constitucional y el normal funcionamiento de las instituciones», señalando el camino del 155 que la Moncloa ya había empezado a preparar meses antes con mucha discreción. El proceso que recorrió el discurso del jefe del Estado no fue fácil por una razón de calado: el Gobierno de Mariano Rajoy no consideraba oportuno su intervención ante los españoles.

El Rey decidió que tenía que hablar el domingo 1-O al ver la tensión en las calles de Cataluña. Durante el mes de septiembre, pese a los plenos del Parlament del 6 y 7 en los que se aprobaron las llamadas leyes de desconexión, Felipe VI había mantenido un perfil bajo, con las apelaciones habituales al cumplimiento de la Constitución. Sin embargo, tras comprobar que el Ejecutivo no había evitado la votación y ante el temor de que Carles Puigdemont declarara la independencia de la República catalana y este fuera reconocida por algún país extranjero, la Zarzuela hizo saber a la Moncloa el mismo 1-O que el Rey creía oportuno dar un paso al frente y subrayar ante la comunidad internacional que España era un país serio y que no corría riesgos de desmembración.

Según fuentes conocedoras de las conversaciones entre los dos palacios, la propuesta no sentó bien en el Ejecutivo de Rajoy. Se temían los asesores del entonces presidente del Gobierno que ese gesto insólito (Juan Carlos se dirigió a los españoles en contadas ocasiones y siempre graves, como el 23-F o tras los atentados del 11-M) se interpretara como una señal de debilidad del Ejecutivo. Esas dudas se plantearon ante los asesores del Monarca, pero ningún miembro del Gobierno se las expresó al jefe del Estado, que empezó a pergeñar el texto con su equipo pocas horas después de que los medios de comunicación de todo el mundo se hicieran eco de las imágenes de las cargas policiales.

La Zarzuela se propuso esperar unas horas, para que el Gobierno hablara (Rajoy pronunció un discurso el domingo por la noche, cuando se acabó la votación) y quedara patente el apoyo de los partidos constitucionalistas al Ejecutivo (el entonces presidente se vio con los dirigentes del PSOE, Pedro Sánchez, y Ciudadanos, Albert Rivera). Acabada la escenografía política, era el momento de la jefatura del Estado.

En esas horas ya eran varios los dirigentes políticos que sabían que Felipe VI iba a dirigirse a los españoles y los socialistas hicieron llegar a los despachos de la jefatura del Estado que confiaban en que el Rey hiciera alguna mención al «diálogo» y mostrara su cercanía a los catalanes hablando en su lengua. La respuesta de los asesores de Felipe VI, según fuentes socialistas, fue directa: «No, el mensaje será el de un Rey a una nación herida». El Monarca decidió elaborar un discurso firme, asumiendo que dañaría su imagen en Cataluña.

SOLOS EN EL DESPACHO / El Rey y Rajoy se reunieron el mediodía del 3 de octubre en la Zarzuela. Era una situación incómoda para ambos, según fuentes de sus respectivos equipos. Los dos sabían qué opinaba cada uno del asunto. El jefe del Estado entregó al presidente su discurso. Al otro lado de la mesa, Rajoy lo leyó, de la primera a la última hoja, y mostró su aprobación. El político gallego evitó el choque y, según fuentes de la Zarzuela, dio luz verde a la alocución sin sugerir ni un solo cambio.

Las dudas del Ejecutivo ante la iniciativa monárquica se debieron al miedo a la comparación entre ambas instituciones ante el 1-O y llegaron después de unos meses de tensión entre los dos palacios.