A Josep Rull se le colgó el 30 de septiembre del 2017 una etiqueta que desde entonces tal vez le habrá atormentado. Dicho en castellano del siglo XIX, fue el viceberzas de la independencia. Es, según el impagable ‘Gran libro de los insultos’ del catedrático Pancracio Celdrán, un calificativo bochornoso. Del viceberzas se ríen porque trabaja al servicio de un bobo o de un catacaldos (por usar otro vocablo del mismo diccionario y que pone a Benito Pérez Galdós como referente de su uso), es decir, trabaja para un cantamañanas que no termina lo que empieza, pongamos para el caso, la mascarada de la declaración de independencia del 27 de octubre del 2017, porque a estas alturas del juicio del ‘procés’ son ya siete los miembros del Govern que han reconocido implícita o descaradamente que no se votó, que solo se simuló.

Rull, vaya por delante antes de arda twitter por insinuar que un día de octubre de hace dos años fue un viceberzas, es buena gente, siempre cordial y amable en el trato, un político educado. En realidad, él mismo reconoció entonces que fue un simplón, aunque con otras palabras. Eso fue, lo dicho, el 30 de septiembre del 2017, día tres de la república catalana si esta existiera. Carles Puigdemont, sietemachos el 29 de septiembre, se despidió de algunos de su ‘consellers’ con un cínico “mañana, todos a los despachos”. Solo Rull obedeció aquella última orden. Fue a la sede de su departamento y se hizo fotografiar para las redes sociales. “En el despacho, ejerciendo las responsabilidades que nos ha encomendado el pueblo de Catalunya”, escribió a las nueve y cuarto de la mañana. Minutos más tarde, se llevó el sorpresón del día, como todo el mundo. Puigdemont estaba camino de Bruselas. “He hecho el gilipollas”. Esto lo dijo en voz alta, pero no lo compartió a través de twitter. Parece que Artur Mas, en una reunión posterior de partido, a la que también acudió Rull, le dedicó calificativos más gruesos a su sucesor en el cargo, en concreto uno al que Pancracio Celdrán se ve obligado a dedicarle un extensa entrada (páginas 493 a 495) y que de haberla usado en 1202 en Madrid, según cuenta el autor, se le habría castigado severamente.

Pasados 17 meses, aunque solo sea metafóricamente, aquel bochornoso tuit lo ha borrado Rull en persona durante el interrogatorio de la fiscala Consuelo Madrigal. Se ha sacado la espina. En términos procesales, ya se verá. En términos políticos, los suyos le han aplaudido y con razón su paso por la silla de los interrogatorios. Hace 17 meses, Rull fue como aquel robot de ‘Dirk Gently, agencia de investigaciones holísticas’, novela de Douglas Adams, que era tan crédulo que era capaz de “creerse cosas que resultaban difícilmente creíbles incluso en Salt Lake City”, patria de los mormones, que se dice pronto. Ante Madrigal, imprecisa y torpona en las preguntas, ha sido, o mejor aún, se ha sentido como Harry Faversham cuando devuelve la cuarta pluma de su vergüenza, en la versión cinematográfica de Zoltan Korda, por supuesto.

"¿DÓNDE HAY QUE FIRMAR?"

Rull se ha crecido de forma inversamente proporcional a como la preguntas de la fiscal parecían cada vez más pequeñas, tozuda en demostrar que la desobediencia de los acusados fue clara y manifiesta en aquel otoño del 2017, mientras que sobre la sedición y la rebelión Madrigal pasó de puntillas. “¿Dónde hay que firmar que solo hubo desobediencia?”, preguntó por lo bajini en los bancos del público un miembro del bufete de abogados de Rull.

Salvo en la segunda jornada del juicio, dedicada a las cuestiones previas, la fiscalía se ha mirado hasta ahora el 1-O como un bumerán, mejor no lanzarlo, no sea que vuelva. Queda mucho juicio por delante. Tal vez lo lanzan. La cuestión es que ni con Rull ni con Dolors Bassa ni con Meritxell Borràs (los declarantes del día) ha habido arrestos para hacerlo.

Tan bien le ha ido el interrogatorio a Rull con Madrigal que hasta logrado evitar el rubor que minutos más tarde han experimentado las ‘exconselleres’ Bassa y Borràs, sometidas al foco del fiscal Cadena, ya saben, nuestro Hamilton Burguer, esta vez más certero, y Javier Zaragoza. Bassa y Borràs han aceptado, como Joaquim Forn el jueves, que la declaración de independencia del 27 de octubre del 2017 fue una teatralización sin consecuencias políticas. La repera.

Alexander Woollcot (1887-1943) fue un crítico teatral implacable. Temible. A veces era muy conciso. “Los decorados eran bonitos, lástima que los actores se ponían delante”, escribió en una ocasión. Qué gran resumen del 27-S.