Nada más comenzar su breve discurso, justo después de señalar que aquí acababa el encargo que había recibido del Rey para intentar ser elegido presidente del Gobierno, Pedro Sánchez dijo: "Lamento constatar que persiste el bloqueo parlamentario". El candidato socialista ya tenía claro que su investidura iba a fracasar, como ocurrió en el 2016, y a partir de aquí se volcó en endosar toda la responsabilidad en una sola persona: Pablo Iglesias. El líder de Podemos, sostuvo, solo tenía un objetivo, los cargos, nunca el programa, y había enfocado toda la negociación bajo ese prisma, pidiendo parcelas de poder que ni se merecía por sus resultados electorales, ni estaba capacitado para asumir.

Su discurso tuvo algo de inicio de la precampaña para las nuevas generales, que se celebrarían el 10 de noviembre, siempre que Sánchez no vuelva a buscar la reelección en los próximos meses.

El líder del PSOE también se detuvo en el PP y Cs y su presunto "constitucionalismo", puesto en duda tras rechazar Pablo Casado y Albert Rivera una abstención que hubiera liberado a Sánchez de la necesidad de "depender" del independentismo catalán. Pero la mayor parte de su intervención iba a dirigida a Iglesias.

Sánchez recordó que primero había propuesto un Gobierno monocolor con el apoyo de Podemos, a cambio de medidas a impulsar durante la legislatura. Después, un Ejecutivo en el que los morados estuvieran representados en puestos intermedios, como direcciones generales y empresas públicas. Más tarde, la presencia al frente de algún ministerio de independientes que contasen con el visto bueno de Iglesias. Y por último, una coalición como la planteada ya casi en tiempo de descuento, en la que Podemos, de acuerdo con la última oferta de Sánchez, podría ocupar una vicepresidencia y los ministerios de Vivienda, Sanidad e Igualdad.

'NO' A TODO

Iglesias, continuó el presidente en funciones, dijo a todo que no. En lo único que cedió fue en aceptar el veto que le había impuesto el PSOE, renunciando a su exigencia de formar parte del Gobierno, un movimiento que reactivó las negociaciones. Pero al mismo tiempo mantuvo siempre sus posiciones maximalistas, que incluían una vicepresidencia y cinco ministerios: cuatro de ellos sociales más Hacienda.

"La propuesta suponía que Podemos controlase todos los ingresos y el 80% del gasto social del Gobierno, siendo la cuarta fuerza política", se quejó Sánchez. "Nos dimos cuenta de que quería entrar en el Gobierno para controlar el Gobierno", insistió. Y eso es algo que el líder socialista, como claro ganador de las generales del pasado 28 de abril, no podía tolerar. "Si usted me obliga a elegir entre una Presidencia de un Gobierno que no serviría a España y mis convicciones, no tengo ninguna duda: elijo mis convicciones", dijo.

Porque Podemos en general e Iglesias en particular, además de haber obtenido 42 escaños frente a 123 del PSOE, carecen de la "experiencia" para ocuparse de materias tan importantes como la política fiscal. "Yo aspiro a ser presidente, pero no a cualquier precio. Debo marchar en una única dirección. No se puede poner la Hacienda pública en manos de alguien que no ha gestionado jamás un Presupuesto", concluyó.

La tesis de Sánchez se vio reforzada minutos más tarde, cuando el propio líder morado lanzó desde la tribuna la última de las últimas ofertas: renunciar al Ministerio de Trabajo, uno de los principales caballos de batalla en la negociación, a cambio de controlar las políticas activas de empleo. Desde su escaño, el jefe del Ejecutivo dijo que no con la cabeza, pero fue la portavoz parlamentaria del PSOE, Adriana Lastra, quien respondió a Iglesias.

"Y ahora viene usted y se descuelga con una última propuesta sorpresa. ¿Sabe que las políticas activas de empleo están transferidas a las autonomías? -preguntó Lastra al secretario general de Podemos-. Quiere usted dirigir Trabajo sin saber sus competencias, quiere usted conducir un coche sin saber dónde está el volante".