El socialista Pedro Sánchez se mueve al son de un nuevo ritmo político. Tranquilo. Sin aspavientos. Parsimonioso. Estratégico para aquellos que esperan ser beneficiados por los efectos del tempo que impone ahora el sanchismo. Táctico para una oposición que ansía un Gobierno al que hincarle el diente. Ante el desconcierto de algún propio y de muchos ajenos, no ha movido un dedo para marcar algún número de teléfono relevante en pro de elección como presidente antes de que Felipe VI le encargara formalmente, la tarde de este jueves, que intente una investidura aceptada «con honor». Y con calma. Mucha calma.

Será en los próximos siete días cuando inicie su propia ronda de conversaciones con los líderes de PP, Cs y Unidas Podemos, a los que situó públicamente en el mismo perímetro de importancia para la misión que se ha marcado, seguir en la Moncloa, alegando que populares y naranjas pueden bloquear su intento y los morados facilitarlo. Por el franco derecho intentará una abstención, al menos de Albert Rivera (y es previsible que desde organismos internacionales, económicos empiece a soplar con fuerza presión en ese sentido) y, por el izquierdo, un acuerdo con claro aroma social que apele a las esencias de los de Pablo Iglesias. El presidenciable Sánchez sueña con no depender de independentismos y no cerrarse puertas para una legislatura que se le antoja transversal, con geometría variable, sin coaliciones de gobierno… a la portuguesa.

A esto, de entrada, Iglesias responde con un ni hablar. Exige pacto y coalición para ser relevante en España y, sobre todo, seguir siéndolo en su propio partido después de unos resultados electorales más que mejorables. Pablo Casado, esta vez sin estridencias, apela a su condición de jefe oficial de la oposición y avisa que con él no cuenten, pese a que no pondrá excesivos peros a que se tiente a otros «constitucionalistas», ya sean naranjas o de Unión del Pueblo Navarro. Rivera, por su lado, se hace el despistado y cuando se saca a colación su potencial abstención para que los independentistas no sean decisivos, sale con un manzanas traigo consistente en repetir que él quiere enfrentarse a Sánchez, nada más. Según el líder socialista todo esto es comprensible y amasable, porque en el horizonte lo que hay es un «o gobierna el PSOE, o gobierna el PSOE», ya que las derechas no suman. Y una repetición electoral, a priori, le favorecería.

«¿Para cuándo el primer intento de investidura, señor presidente?», se le preguntó a Sánchez en una rueda de prensa que su equipo se resistía a celebrar, pero que acabó aceptando. «Cuanto antes», se limitó a responder sin perder la sonrisa. El presidente era consciente, mientras pronunciaba esta frase, que todos los demás protagonistas políticos de esta historia tienen prisa. Le habían urgido previamente a «armar» un gobierno. Él, aparentemente, también. Pero su actitud demuestra que se está haciendo, poco a poco, digno heredero del reloj (político) de Mariano Rajoy, aquel que pasó a la historia reciente por mover sus manecillas con una velocidad propia y exclusiva, a prueba de presiones, críticas y comentarios teledirigidos. El jefe del PSOE maneja ahora unos tiempos que ayudarán a cerrar pactos territoriales fundamentales.