Navarra constituye un laboratorio político para Pedro Sánchez y para la derecha española. Mientras la socialista María Chivite ha presentado como un acto de normalidad democrática su elección como presidenta, con los votos de Podemos, Izquierda-Ezkerra y los de los nacionalistas de Geroa Bai, el PP y Ciudadanos han lanzado admoniciones apocalípticas derivadas de la abstención de cinco de los siete diputados de Bildu sin la cual no habría sido posible su presidencia. Si en España hablamos de bloques, en Navarra habría que hablar de trincheras donde impera un lenguaje bronco, marcado por la violencia terrorista que conoció el País Vasco y que dejó su huella en la Comunidad Foral, con 40 muertos.

El acuerdo de Pamplona supone para Sánchez un ensayo de la fórmula con la que pretende gobernar España en los próximos cuatro años. Con un apoyo de Podemos, a la navarra o a la portuguesa, un acuerdo con el PNV y la abstención de ERC. De ahí que la derecha haya puesto el grito en el cielo, aunque Chivite ni siquiera se haya sentado a hablar con Bildu. La presencia de Álvarez de Toledo y Lorena Roldán durante la primera sesión fue toda una declaración de principios. Por si a alguien se le hubiera escapado el significado, la portavoz del PP habló de anexión, palabra maldita en el lenguaje político navarro, y la de Ciudadanos de infamia. «Es como si en Francia un gobierno hubiese pactado con los terroristas del Bataclan», añadió Cayetana, al día siguiente, demostrando una asombrosa capacidad de superarse a si misma.

La apuesta de Sánchez es arriesgada. Sobre todo porque Bildu no parece dispuesto a ponérselo fácil. Además de presentar a Chivite como una rehén de su abstención, los aberzales han hecho coincidir la formación del nuevo gobierno con estruendosas recepciones a etarras que volvían tras largos años de condena. Otegi argumentó que las familias tienen derecho a celebrarlo, algo que nadie niega, pero obvió que las imágenes de Hernani y otros pueblos constituyen una afrenta para las victimas del terrorismo. Y reiteró que continuarán, preso a preso, hasta 250, sin atender a la «ética para la convivencia» que reclama el lendakari vasco.

En todo caso, que este intento de blanqueo de ETA no haya hecho descarrilar las negociaciones de Pamplona prueba que existe una amplia voluntad de convivencia en la sociedad navarra y en la del País Vasco. Visto desde Cataluña, Euskadi es hoy el paradigma de la moderación y la centralidad. Con la influencia de los aberzales reducida a la que tenían los independentistas catalanes a finales de los noventa y con el PP y Cs sin representación parlamentaria. Sin esta evolución de la sociedad vasca y navarra, avalar desde Ferraz la operación para alcanzar la presidencia de la Comunidad Foral habría sido una temeridad.