Atanasio fue obispo de Alejandría en los años de las disputas cainitas entre cristianos que pugnaban por codificar la nueva fe. Convencido de que Jesucristo era tan divino como Dios dedicó su vida a combatir a los arrianos que no compartían sus escarceos trinitarios. Defendió sus tesis con tal ahínco que pasó a la historia con el sobrenombre de Athanasius contra mundum. Contra todos. Como Pedro Sánchez en el debate de investidura.

La terquedad de Atanasio le granjeó enemistades dentro y fuera del universo cristiano y le llevó a destierros en el desierto blanco. Pero siempre volvió a Alejandría y siguió defendiendo ideas que para muchos podían condenar el cristianismo al ostracismo. Entre el tesón y la suerte, aquel obispo no solo sobrevivió sino que sus tesis se impusieron y hoy es uno de los santos venerados por todas las iglesias cristianas, no solo la copta. Su vida muestra que las victorias, aunque sean tardías, todo lo curan, incluso los momentos menos edificantes exhibidos en batallas libradas a cara de perro.

En el primer round del debate de investidura, el candidato socialista me hizo pensar en Atanasio. Se presentó contra todos. Contra mundum. Defendió la propuesta de una abstención de la derecha con tanta habilidad dialéctica como con pocas posibilidades de éxito. Ninguna. Y ninguneó a los demás, incluso aquellos sin los cuales no tiene ninguna posibilidad de salir elegido presidente en la segunda votación. Actuó como si no le interesara atraerse complicidades. Como si el PSOE tuviera un derecho inmanente a formar gobierno y los demás debieran aceptarlo por interés de Estado o por la cuenta que les trae. Habló bien Sánchez, porque cada día es mejor orador, pero lo hizo como lo hacía Atanasio en el foro de Alejandría, convencido de que su verdad era dogma de fe. Sin tener en cuenta que la política es lo contrario de las verdades absolutas. Cada vez es más líquida y más esclava de la disgregación de las sociedades contemporáneas que multiplica los partidos y fuerza coaliciones. Pablo Iglesias le plantó cara, y el Congreso le mandó al desierto blanco a recapacitar. O a recoger perrechicos, que diría Aitor Esteban.

Parece que hoy no sabremos si Sánchez volverá a subir a la tribuna del Congreso con los votos de Unidas Podemos en el zurrón. Si es así, habrá ganado, y aunque el futuro de un Gobierno de coalición parido con fórceps será complicado, que le quiten lo bailado. De lo contrario, tendrá que jugarse el futuro del PSOE y el de toda la izquierda en unas próximas elecciones de resultado incierto. Es lo que haría Atanasio. Todo menos transigir.

No creo que sea lo que le convenga a él. Sánchez tiene ahora la oportunidad de pasar a la historia no solo como presidente sino como líder de una Europa progresista que observa, atolondrada, los vientos rancios que soplan del este y el reto que supone un brexit a lo bestia, sustentado por dos políticos atlánticos dispuestos a borrar la Unión Europa del mapa. Para ello tiene que aprender a sumar. En el continente, pero también en España.