Hay muchos Pedros Sánchez. El que ganó las primarias del 2014, apadrinado por Susana Díaz. El que pactó con Albert Rivera tras las generales del 2015. El que no llegó a la Moncloa y en la repetición electoral hizo una campaña centrada en las críticas a Podemos. El que se negó a abstenerse ante el PP y fue obligado a dimitir por su partido. El que volvió a ganar las primarias a lomos de un discurso en contra del aparato socialista. El que acordó con Mariano Rajoy el 155 en Cataluña. El que presentó la moción de censura, fue apoyado por todo el Congreso salvo por el PP y Ciudadanos, sentó con Podemos una relación «preferente» y tendió la mano al independentismo. Y el que no logró aprobar los Presupuestos y adelantó las elecciones.

El nuevo Sánchez, en una campaña muy presidencialista para los comicios del 28 de abril, se apoya en lo ocurrido en estos ocho meses al frente del Gobierno, pero también tiene mucho que ver con el vencedor de las últimas primarias frente a Díaz. El líder socialista enarbola un relato en el que todos, del PP a ERC, pasando por Ciudadanos y el PDECat, están contra él. Todos, salvo Podemos, en el que apenas se detiene, ahora que los morados han dejado de representar una amenaza.

Desde el pasado viernes, cuando anunció la fecha de las generales, el jefe del Ejecutivo se presenta como una víctima de «los extremos», la derecha y el independentismo, que no han permitido la aprobación de unas cuentas que incorporaban importantes iniciativas sociales (mejoras en el subsidio a los parados de larga duración, más fondos para dependencia y medidas contra la pobreza infantil, entre otras) y el aumento de la inversión en Cataluña.

En su equipo están convencidos de que esta retórica, contrastada por «los hechos», subrayan, volverá a dar resultado dentro en las generales.

Si el martes, en el Senado, Sánchez equiparó a ERC y el PDECat con el PP y Ciudadanos («no quieren resolver el conflicto, quieren vivir de él», dijo) y acusó a republicanos y posconvergentes de mostrar «muy poco respeto hacia Cataluña» al tumbar los Presupuestos, ayer, en el Congreso, el presidente se centró en Pablo Casado y Albert Rivera, con quienes se midió en una sesión de control muy bronca, propia del ambiente preelectoral. Sobre todo, en el segundo, que viene de manifestarse junto al PP y Vox en contra de la política territorial del Gobierno y de aprobar una resolución interna en la que se compromete a no pactar con el PSOE tras las generales.

Los socialistas se frotan las manos con esta deriva del líder naranja. Sus principales dirigentes llevan tiempo argumentando que ya no pueden crecer más a costa de Podemos, y que ahora, más allá de la movilización de su electorado tradicional, solo pueden ir a más con los simpatizantes de Ciudadanos que se sienten incómodos con los vínculos entre Rivera y la ultraderecha.

Sánchez explotó ese flanco. «Debe de tener un armario lleno de chaquetas. Un día se pone la chaqueta de supuesto liberal, y otro una que huele a la naftalina de la ultraderecha», le dijo al líder naranja, que había preguntado al presidente por los hipotéticos indultos a los dirigentes independentistas si son condenados en el juicio del Supremo que comenzó la semana pasada.

ESPAÑA INTEGRADORA

Con Casado, que le acusó de «ceder» ante el independentismo y batir récords de mal gobernante («nunca nadie hizo tanto daño a España en tan poco tiempo», sostuvo), el líder socialista ondeó la bandera de la integración. «Usted dibuja una España en la que solo cabe usted y los que piensan como usted. En la España que queremos los socialistas caben todos. Ojalá el 28 de abril salgan de la vida política la mentira y el insulto, con usted derrotado en las urnas», respondió el jefe del Ejecutivo.

Ese será otro de los ejes del discurso Sánchez: presentarse como el antídoto a la «crispación» de la derecha. El día anterior, durante la presentación de su precampaña, el presidente reivindicó la «política útil, ejemplar y educada».