En vísperas de que se conozca quién sustituirá a Cristina Cifuentes al frente de la Comunidad de Madrid hasta las próximas elecciones autonómicas, poco se habla ya de la expresidenta, cuya última aparición se ha producido en las redes sociales arropada por sus hijos. Ni siquiera en la recepción ofrecida para celebrar el Dos de Mayo ella fue protagonista. Lo fueron, de hecho, dos de sus compañeras en el PP, Soraya Saénz de Santamaría y Dolores de Cospedal, quienes supuestamente habían acudido a la cita para exhibir unidad, aunque terminaron dando un espectáculo visual de distanciamiento insuperable.

Santamaría y Cospedal no se han llevado nunca y menos bien. Ambas han intentado en público tildar de “leyenda” o de “simples comentarios con tintes machistas” la tensa relación que mantienen desde hace años y que ya a duras penas se molestan en disimular. Pero la realidad es tozuda. Y se impone. Como ocurrió el miércoles, delante de cientos de cámaras dispuestos a inmortalizar la frialdad entre dos compañeras que, desde hace años, están en las quinielas como rivales en el futuro proceso de sucesión de Mariano Rajoy, por más que ahora no se las descarte para las próximas elecciones en Madrid (Santamaría) y Castilla-La Mancha (Cospedal).

Pero lo que es más importante: también con la imagen de rivales se han instalado en el imaginario colectivo (seguramente de forma exagerada) hasta el punto de que se ha extendido la idea de que quien simpatiza por una no puede hacerlo por la otra; que hay que elegir bando si se pretende participar en batallas por el poder, incluso en determinados ámbitos regionales.

El ejemplo del 'caso Lezo'

Esa imagen con mayor o menor margen de error quedó reflejada, por ejemplo, en las conversaciones grabadas con orden judicial en el ‘caso Lezo’, que recogen suculentos diálogos entre el expresidente de Madrid Ignacio González y el exministro Eduardo Zaplana. Quien en su día fuera el delfín de Esperanza Aguirre relató al político valenciano cómo su exjefa, pese a que él ya estaba fuera de la política, le pidió consejo sobre la intención de quien fuera uno de sus colaboradores en el ayuntamiento de la capital, Iñigo Hernández de Luna, de disputar la presidencia del PP madrileño a Cifuentes, en el congreso de marzo de 2017.

Y detalló cómo terminó hablando con el aspirante para recomendarle que tratara de buscar apoyos “con Soraya o el entorno de Soraya”, dando por hecho que la vicepresidenta no tenía simpatía por Cifuentes porque ésta, según el relato del expresidente, era de la órbita de Cospedal y había tenido en cuenta los intereses de la secretaria general a la hora de conformar equipos en la Comunidad. Esto es: o de la una y con la una, o de la otra y con la otra. Así entiende una parte relevante del partido que funciona la vida interna convirtiéndose en una visión que, por más inflada que pueda estar en determinadas ocasiones, es poco probable que sea del agrado de un Rajoy poco dado a este tipo de cuitas.

El escudo de Santamaría con la corrupción

Ambas conocen a su jefe y saben de su parecer sobre los enfrentamientos internos. Él mismo siempre ha tratado de minimizar en público los que ha protagonizado personalmente con José María Aznar o con Aguirre. En la dirección del PP hay testigos de que a raíz de los casos 'Gürtel' y 'Bárcenas' y los dardos que en su día se arrojaron Cospedal y Javier Arenas (que tampoco se entienden pese a compartir carné de partido) por sus posiciones irreconciliables sobre el trato a dar al extesorero, Rajoy dio algún golpe sobre la mesa que aún se recuerda. Al líder del PP no le gusta que los enfrentamientos personales pasen según qué límite.

Esas mismas fuentes también señalan que hubo que poner orden, en más de una ocasión y a raíz de esos mismos casos en la anterior legislatura, entre Cospedal y Santamaría: el entorno de la primera creía que daba en exceso la cara desde el partido para defender a salpicados por corrupción en sus filas mientras que la entonces vicepresidenta y portavoz, que se enfrentaba a la prensa cada viernes en la Moncloa, evitaba el tema cuanto podía. Los ‘cospedalos’ siempre se quejaron de que la vicepresidenta trataba de no mancharse, pese a que con sus reparos dejara de defender al propio Rajoy. Los ‘sorayos’ alegaron que se trataba de salvar la gestión del Gobierno en un momento complicado y entendieron que lo que ocurría era que la secretaria general trataba de zafarse de su responsabilidad y salpicar al Ejecutivo.

La actitud de Rajoy

Rajoy, dicen algunos de sus colaboradores más directos, sigue tratando mantener el equilibrio entre ambas, aunque a veces se enerve. No le agrada enterarse (y se entera) de que internamente se crítica a Santamaría por su gestión en Catalunya y que de ello se hacen eco los fieles a Cospedal, poniendo el dedo en la llaga del fracaso de la 'operación diálogo' o la imposibilidad de encontrar las urnas por parte del CNI, que depende de la vicepresidenta.

En el 2015, tras el pésimo resultado de los populares en las autonómicas y municipales, Rajoy puso fin a los imparables rumores de que Cospedal saltaría del partido para que asumiera ella la responsabilidad política y se le concedería un lugar en el Consejo de Ministros donde refugiarse. Entonces los cercanos a la secretaria general culparon a los 'sorayos' de aquella teoría. Fuera o no real ese origen, Santamaría tuvo que convocar a los periodistas en el Congreso y salir a defender a su compañera ante las cámaras. Dirigentes conservadores vieron en aquello otro golpe en la mesa de Rajoy.